'La pianista': En el extremo del absurdo
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El papel que defiende Isabelle Huppert es imposible aunque ella está sobresaliente |
Que la vida nos lleva hasta lugares extraños y nos
convierte, muchas veces, en eso que nunca hubiéramos imaginado, es una
realidad. Las personas funcionan, se mueven por el mundo, como buenamente
pueden. Cualquier cosa que suceda a nuestro alrededor nos parece posible (tal
vez anormal, pero posible). Porque pasa y eso o hace posible. Es así de
sencillo. Pasa y es. Todo es posible. Cualquier suceso, cualquier perversión en
las personas, cualquier muestra de amor o de odio. El mundo es un lugar
extravagantemente original e inopinado.
Pero todo esto forma parte del mundo, de la realidad. La
literatura, el cine, la pintura o la música, tienen sus propios códigos, sus
propios sistemas internos por los que evolucionan y sobreviven. Lo que puede
ser verosímil en el universo no tiene porqué ser creíble en una manifestación
artística cualquiera. Esto que es tan sencillo de enunciar, que se ha dicho un
millón de veces, parece que es desconocido para una serie de autores que,
cegados por el afán de provocar y sonar en los foros como transgresores,
cometen errores inexplicables, imperdonables y lamentables.
Michael Haneke es capaz de lo mejor y de lo peor al hacer
cine. Encuentra la tensión narrativa exacta para que sus personajes aparezcan
como auténticos y solventes o convierte su película en un encadenamiento de
escenas absurdas, vacías, por las que los personajes se mueven incapaces de
progresar, de establecer la más mínima relación entre ellos, sin que
signifiquen nada. En algunas ocasiones (cuando el desastre «marca Haneke»
aparece arrollador) las interpretaciones de los actores y actrices ocultan un poco
el problema. En 'La pianista', el papel que defiende Isabelle Huppert es
imposible aunque ella está sobresaliente. Hace cosas maravillosas con un
personaje que se queda en el esperpento.
Dicen que Haneke intenta enfrentar al espectador consigo
mismo a través de su cine; que desea provocar con escenas, sin artificios,
reacciones ante el mal, ante los límites. Cosas así. Eso está muy bien aunque
hay que empezar por conseguir que el espectador crea lo que ve. En 'La pianista' lo que consigue es poco, más bien poco. Y el problema es la falta absoluta de
una relación entre los personajes principales que sea mínimamente reconocible
por el que mira. En un intento de forzar la máquina, Haneke, lleva a un extremo
absurdo tanto a sus personajes como al espectador. Construir personajes con un
perfil determinado para que sufran una modificación profunda justificada por
algo absurdo no tiene sentido.
Para ser justo, diré que la película tiene cosas muy buenas.
Por ejemplo, la presentación de la personaje principal (justo al iniciarse la
la película) es original y deja una carga expresiva imponente. Erika Kohut
(Isabelle Huppert) es profesora de piano en el conservatorio. Su mundo se
presenta alternando las imágenes de manos interpretando piezas en un piano con
las de los créditos. Vemos las manos y suena música exquisita. Leemos los
créditos en silencio absoluto. Así es ella. O escucha música o se sume en un
silencio total. Su mundo está fragmentado, destruido. Ya he dicho que la
interpretación de Huppert es magnífica y la de Annie Girardot (es la madre de
Erika) más que notable. La dirección de actores de Haneke siempre tiende a ser
sobresaliente. También resulta interesante la relación de la profesora con una
de sus alumnas puesto que es el reflejo de la que ella vive con su madre. Pero
eso es todo. El resto es otra cosa.
La profesora de piano vive con su madre. Es una tortura por
el carácter posesivo e impertinente de una madre que ve a su hija del mismo
modo que vería a una chiquilla. El carácter de Erika es frío, tosco, distante;
no es capaz de expresar ningún sentimiento ni mostrar compasión con sus
alumnos. Cuando no imparte clases, Erika, dedica su tiempo a visitar
establecimientos dedicados a la venta de objetos sexuales para, por ejemplo,
ver una película porno (busca en la papelera de la cabina y coge una servilleta
usada por el usuario anterior para ir oliendo mientras la película pasa); para
pasear entre los vehículos parados -en uno de esos cines en los que se ve la
película desde el coche- buscando parejas que mantengan relaciones sexuales,
mirar y, llegado el momento, orinar porque le pone la cosa; para cortarse con
una cuchilla en algún lugar de la entrepierna (también le pone). En un
concierto privado conoce a Walter Klemmer (Benoît Magimel), un joven apuesto que,
de inmediato, se siente atraído por la mujer. El jovencito logra un puesto en
el conservatorio para poder estar junto a ella. Erika, que es depravada,
muestra una postura dura y dominante con el muchacho. Y llega el momento en que
entablan una relación de pareja (digo esto por calificar esa relación de alguna
forma aunque la relación no existe salvo desde el discurso de los personajes).
Intenta que el joven se líe a guantazos con ella, que utilice objetos
sadomasoquistas y cosas parecidas. Al muchacho le parece que eso es una locura
y no consiente algo parecido. Pero, poco después, se presenta en la casa de la
pianista, maltrata a la madre, se lía a guantazos con la profesora, la viola y
la insulta. Inexplicable. Bueno no, Haneke, aporta una solución. Como la
profesora le ha indicado el camino el joven investiga para ver qué pasa.
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Isabelle Huppert en un momento de la película. |
Todo esto lo cuenta el director con planos fijos eternos que
no terminan de funcionar y con una sobriedad que termina siendo cargante.
Intenta despertar en el espectador esa zona en la que el límite está cerca para
que decida si sigue mirando o hasta dónde está dispuesto a llegar; pero, a mí,
lo que me despierta es un instinto asesino innato ante la majaderías. Y un
bostezo detrás de otro.
En fin, sé que de esta películas se han dicho muchas cosas.
Muy buenas. Sin embargo, esta vez no me convence en absoluto. ¿Esta historia es
posible? Pues claro. ¿Las propuestas que hace tienen una justificación dentro
de la teoría psicológica? Pues seguramente. Pero ¿el cine es lo mismo que la
vida real o es una representación de ella? No tengan dudas. Me parece un
película de la que se salvan tres cosas. Nada más.
G. Ramírez
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