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Dos minutos, cuarenta segundos y una claqueta




'Poesía' ('Shi (Poetry)', 2010) es una de esas películas que reclaman ser vistas una segunda o tercera vez. Con tranquilidad. Pasado un tiempo en el que se alimentan las ideas y las sensaciones se retiran para dar paso a una reflexión necesaria. Al aparecer los créditos finales en pantalla, uno sabe que deja algo atrás. Olvidado, no reconocido como lo que es verdaderamente. Uno sabe que reconocer la belleza, la claridad de ideas, requiere cierto esfuerzo.

'Poesía' es una película extraordinaria. Y difícil de ver sin errar la interpretación. Algo que no debe preocupar a nadie puesto que es muy común cuando la obra asume el reto de buscar la esencia de las cosas elegidas, cuando los vehículos que se utilizan para ello son diversos y poco usuales. En este caso se suma que la cultura oriental nos queda lejos a la mayoría de occidentales y no terminamos de ver lo evidente para ellos. Desechar algo por el camino siendo importante puede pasar. Perderlo para siempre se puede evitar regresando, tantas veces como sea necesario, a la obra.

De esto que acabo de comentar habla 'Poesía'. De la belleza y de su contemplación. Una belleza que para los orientales significa brillar, aparecer, ser visto. La poesía es un vehículo que Lee Chann-dong utiliza para llegar hasta donde coloca el núcleo narrativo. La belleza. Plantea, al mismo tiempo, algunos asuntos que nos llevan hasta el mismo lugar. ¿Quiénes pueden acceder a la poesía? ¿Cómo podemos observar el mundo? ¿Qué función tiene el lenguaje? ¿Cómo se dibuja un ser humano que mira sin atención el entorno? ¿Puede alguien sobrevivir al mundo si decide contemplarlo? Más vehículos para indagar en la belleza.

El director se apoya en un guión sensacional que se va llenando de frases aparentemente simples y encajan entre ellas con perfección explicándose unas a otras. Y en una fotografía sencilla y efectiva (Kim Hyunseok) que sirve de contrapunto a la idea fundamental de la película. A veces, puede parecer que esa fotografía roza lo simple, una superficialidad a la que se llega por descuido técnico, aunque el espectador atento, inmerso desde el principio en la historia, aprende que eso no es lo que parece, que detrás de cualquier cosa podemos contemplar una belleza que está para ser descubierta.

Lee Chang-dong evita la música para que los matices de la partitura no interfieran con la imagen. Ni quiere ayudas, ni quiere trampas. Para ver no hacen falta puntos de apoyo que distorsionen la sensación.

El espectador va encontrando respuestas a todas las preguntas que se plantean. No de forma explícita. Es el conjunto lo que aporta una solución para cada cosa.

No todo el mundo puede acceder a la poesía. Se trata de una forma de concebir el mundo, de una búsqueda constante, de reservar la condición de niño hasta el final. Porque el mundo de la poesía se rellena de cuestiones que sólo una mirada inquieta, interesada por lo que pasa a su alrededor, es capaz de resolver. Desde el lenguaje, desde la investigación con ese lenguaje. Tampoco puede ser poeta el que no se toma en serio ese lugar de la realidad. ¿Puede alguien construir un mundo en el que no cree o que, sencillamente, no sabe apreciar en su esencia?. Es muy revelador cómo confronta Lee Chang-dong al poeta maldito y descreído con otro que dedica todos sus esfuerzos por conservar lo que cree que está en peligro. La propia poesía. Ni puede hacer poesía el que se queda en la superficie intentando lograr un retrato, más o menos, estético. Un poema es otra cosa.

Esta película es grande. No sólo por el tema que aborda sino por cómo lo hace. Y es el punto de vista elegido lo que la eleva a una altura poco habitual en los tiempos que corren. El de Mija, una anciana que comienza a olvidar palabras a causa de una incipiente demencia senil. El papel lo defiende Yun Junghee. Maravillosa actriz que ha participado en un gran número de películas y series de televisión. Espléndida, creíble, contenida. Perfecta. Mija vive un mundo alejado de la realidad. A los ojos de otros parece una de esas personas que no se enteran de nada. Desde niña habita su propio mundo sin enfrentar una realidad mucho más gris y terrible que contiene la suya propia. Le conmocionan lo que otros son incapaces de observar porque no prestan atención. A Mija le mueve lo pequeño, cada detalle, la sencillez de un mundo muy pegado a ella. Decide escribir un poema y, para ello, se inscribe en un curso. Es la mayor de los alumnos. Ese será el hilo conductor de la acción. Mija y su poema. Descubre la realidad a través del un lenguaje que está olvidando (este es un mecanismo que el director maneja para generar un clima incierto alrededor del personaje y logra una tensión narrativa envidiable). Vive con su nieto; un joven incapaz de manifestar cualquier tipo de emoción, incapaz de empatizar con el entorno. Sirve de crítica esto al mundo del joven actual encerrado en los ordenadores, en la música como aislante de los sentidos. Y sucede una tragedia. Una compañera de su nieto se suicida. El mundo de la anciana comienza a desmoronarse cuando sabe que el chico tiene algo que ver con el suceso. Comienza la reconstrucción. Pero ¿es eso posible?

Descubre que lo bonito de su mundo es superficial, que la belleza es algo mucho más profundo. Pero que esa belleza contemplada por ella puede hacerse universal logrando una representación, un poema. Decide asumir el papel de la muchacha en el mundo. Hace lo que ella hizo hasta las últimas consecuencias, camina por los lugares que ella transitó, intenta una vida ajena para entender. Deja atrás las flores que desprenden aromas exquisitos para adentrarse en un mundo duro y cruel. Convierte la realidad en un poema y entiende que la belleza está en la realidad y no en su realidad.

El personaje crece sin parar desde la relación con los otros, desde el vínculo con el lenguaje escrito. Una evolución sicológica que envuelve todo y arrastra al espectador, de principio a fin, hasta un mundo que se descompone a medida que aparece Mija; al espectador que se pega a la butaca esperando encontrar, saber porque asiste a una vida extraordinaria en un mundo ordinario. El personaje frente a nosotros. Como debe ser siempre que se trata de narrar.

Atiendan, especialmente, a la exposición del día más importante de su vida que hacen los alumnos del taller de poesía. Y comprueben las diferencias entre todos y ella. Lo normal frente a lo sublime.

Sólo un personaje tan inmenso puede dar tanto juego. Sólo un director tan inmenso puede hacer cine de esta categoría.

G. Ramírez

‘Blade Runner’ es una muy buena película. Esto es algo indiscutible. Pero se queda a medio camino en algunos aspectos técnicos y de contenido. Si bien es verdad que la propuesta del realizador Ridley Scott es más que interesante, gran parte de ella se queda sin desarrollar. La muerte, el significado del tiempo en la existencia, una intensa historia de amor y una incompleta carga teológica y filosófica componen un trabajo que merece la pena analizar.

Rick Deckard es un veterano Blade Runner. Dedicó su tiempo a retirar seres fabricados a través de la ingeniería genética denominados Nexus 6. Esos seres son réplicas humanas con una inteligencia y fuerzas muy superiores a los propios humanos. Está semiretirado, pero es llamado por su antiguo jefe (Bryant) puesto que media docena de Nexus 6 han llegado a la Tierra procedentes de colonias interestelares. Dos de ellos ya han muerto. Quedan cuatro considerados altamente peligrosos por su violencia. Aunque es reacio a aceptar el encargo, bajo presión de Bryant, dice sí al trabajo.

Estamos en Los Ángeles. Noviembre del año 2019. La ciudad se ha convertido en un laberinto de mercados interminables, en una mezcla de razas delirante, en una ciudad caótica y decadente en la que siempre cae una lluvia plomiza. Todo ser vivo puede fabricarse y es casi imposible distinguirlos de los auténticos.

Deckard persigue a los Nexus 6, que tienen como objetivo llegar hasta su creador para que les otorgue la posibilidad de vivir más tiempo (fueron fabricados para que pudieran vivir cuatro años y, además, están faltos de empatía y sentimientos). Han desarrollado la capacidad de crear sus propios sentimientos al plantearse la posibilidad de morir. Por el camino, Deckard irá eliminando a los Nexus 6 y correrá peligro de muerte frente a ellos cada vez que se cruza en su camino. Conocerá a Rachael, otro ejemplar de replicante que no sabe que lo es. Esta, al contrario que el resto, le salvará la vida y terminará enamorada del Blade Runner. Igual que Deckard de ella.

Deckard termina su trabajo eliminando a los replicantes (uno de ellos, el líder Roy, le perdona la vida) aunque no acaba con Rachael. El Blade Runner y Rachael huyen hacia un futuro incierto y desconocido para ellos (y para el espectador) puesto que Gaff (ayudante de Bryant) les permite escapar en el último momento. Este podría ser el resumen argumental de la famosísima y algo sobrevalorada ‘Blade Runner’del director Ridley Scott. Me temo que muchos dejarán de leer este análisis después de encontrarse con el sacrilegio que consiste en decir que está sobrevalorada. Pero estoy convencido de ello y, por eso, lo digo.

En dos de los diálogos de la película se concentra buena parte del tema principal que Scott quiere tratar.

La conversación entre Tyrell (director de la compañía que crea los Nexus 6) y Roy Batty (líder de los replicantes) es, con seguridad, la que expresa mejor el objetivo temático de la película. Es esta:

Roy Batty: No es cosa fácil conocer a tu creador.

Tyrell: Y ¿qué puedo hacer yo por ti?

RB: Puede el creador reparar lo que ha hecho.

T: ¿Te gustaría ser modificado?

RB: ¿Y quedarme aquí? Pensaba en algo más radical.

T: ¿Qué es lo que te preocupa?

RB: La muerte.

El creador, Dios, frente a lo creado. Un replicante o un ser humano. El silencio de la deidad. Lo inaccesible que puede llegar a ser. ¿Puede Dios cambiar las cosas? El tiempo que se acaba con la muerte y hace preguntarse a los seres vivos (¿lo es un Nexus 6?) sobre su futuro. El miedo a lo desconocido. La necesidad de encontrar respuestas en la filosofía y en la teología.

Sobre esto es sobre lo que se ordena el fondo ideológico de ‘Blade Runner’. Y, a decir verdad, lo deja enunciado, pero no termina de profundizar. Plantea, pero no resuelve casi nada.

En otra intervención de Roy Batty se plantea el problema del tiempo que corre sin parar hacia la nada:

RB: Es toda una experiencia vivir con miedo ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo.

Hace referencia a la llegada de la muerte, a la imposibilidad de modificar la fecha de caducidad que un replicante tiene, que un hombre tiene aunque no sepa cuál es. Es muy interesante el planteamiento que hace Scott sobre la falta de pasado (a los Nexus 6 se les implantan recuerdos falsos) que lleva a la imposibilidad de un futuro cualquiera y que convierte el presente en algo sin sentido, vacío de cualquier contenido y torturador.

El resto de la película no deja de ser una historia de amor, una historia policiaca que cuenta con un antihéroe que lucha contra el que se convierte en héroe desde su villanía; y el relato de una sociedad que puede terminar con su esplendor al vaciarse de humanidad.

En la película todo es asfixiante, tétrico y oscuro. El mundo se ha convertido en una masa informe, decadente; en la que se mezclan columnas griegas y pirámides con escaparates iluminados por neón y edificios que fueron estandartes de un progreso que desapareció. Las luces de la policía aparecen en cualquier habitación de la ciudad puesto que los vehículos no dejan de sobrevolar todo el espacio. Es un mundo que se sobreprotege de sí mismo.

‘Blade Runner’ presenta una estética ciberpunk (esto no era novedad aunque alguno piensa lo contrario) que encaja muy bien con el escenario y la puesta en escena de la película. Los Sex Pistols ya habían tomado como suya la expresión ‘No hay futuro’. Y es eso lo que parece defender Scott durante todo el metraje.

Conviven en la pantalla los grandes edificios que representan la modernidad con los viejos que representaron lo mismo y ahora se caen a trozos. Y dentro de ellos, viven los representantes de eso mismo. Las calles se llenan de personas que mezclan un vestuario muy parecido que les hace similares entre ellos, parecen uniformados y carentes de personalidad.

Scott es un gran director, pero lo que mejor hace es convertir la idea en imagen. Su puesta en escena es magnífica. Por ello, crea un clima perfecto para desarrollar lo que quiere decir. Y es esto uno de los grandes logros de ‘Blade Runner’.

En la película, el tiempo es un contador que te hace saber o intuir cuanto te queda para morir. Ni más ni menos. Los seres humanos viven en un espacio lleno de individuos que parecen formar parte de una sociedad, pero, en realidad, están solos, hartos de un mundo del que terminan huyendo a bases construidas fuera de la Tierra. No parece que vivan ilusionados por un futuro puesto que allí no cabe nada ni nadie (esto es literal puesto que nos encontramos con una superpoblación inmensa y todo lo que había se deshace por una decadencia absoluta. Tan sólo brilla aquello que es ficticio y ajeno al propio ser humano). El tiempo es un viaje a ninguna parte.

Los replicantes son creaciones de los hombres. Incompletos. Carecen de pasado, sólo tienen presente y con ello no pueden imaginar un futuro. Además, ese futuro tiene un límite temporal puesto que fueron diseñados para que vivieran durante cuatro años.

El tiempo reside en un contador que suma segundos y les resta existencia de forma irremediable. El tiempo, otra vez, resulta ser un viaje a ninguna parte.

Los humanos van perdiendo su condición y, cansados, no parecen temer a la muerte. Nada tiene sentido. Los Nexus 6, al contrario, cuando desarrollan la capacidad de sentir, cuando se van pareciendo a lo que es un hombre, comienzan a necesitar tiempo para vivir. El temor a la muerte aparece para amargarles la existencia.

Parece que los Nexus pueden llegar a ser personas en el momento de tener alma (esto queda representado por la paloma que Roy tiene en las manos justo antes de morir y que suelta justo antes de que ocurra; una imagen gastada y bastante flojita) y eso sólo se consigue si aman, odian, se enternecen, perdonan o sienten miedo ante la muerte. Sólo pueden ser hombres cuando se preguntan si lo son.

Los seres humanos de la película parecen haber olvidado esa pregunta y se dejan llevar. Se desintegran y con ellos la sociedad. Tal vez sea al revés. Eso en la película no queda claro. El caso es que el problema se plantea en términos de destrucción individual y colectiva cuando desaparece la humanidad de las personas.

Es curioso que sean los replicantes los que representan la búsqueda filosófica y teológica del sentido de la vida, los que se hacen la pregunta que se hace el hombre desde que lo es: ¿qué soy?

Las interpretaciones, salvo la de Rutger Hauer que está soberbio, son el reflejo de lo que debió ser el rodaje de la película. Algo aburridas. Sean Young guapa y sosa. Harrison Ford hasta las narices.

La estética del trabajo es deudora excesiva de 'Metrópolis'. La música de Vangelis resulta algo excesiva dependiendo de los tramos. Y el ritmo es desigual en exceso, tanto argumentalmente como en su carga de contenido.

En definitiva, una muy buena película, sin duda. Pero que se queda a medias en sus propuestas filosóficas. Algo que pone en entredicho la idea que muchos manejan cuando afirman que es la madre de todas las películas.

G. Ramírez

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