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Dos minutos, cuarenta segundos y una claqueta





‘Los duelistas’ es una de las mejores películas de Ridley Scott y, al mismo tiempo, una de las menos recordadas. Es curioso que esto sea así cuando, junto con ‘Alien’ y ‘Blade Runner’, este trabajo es el mejor del director.

‘Los duelistas’ es una adaptación de la novela de Joseph Conrad. El guion fue firmado por Gerald Vaughan-Hughes y es muy fiel al texto original. Los añadidos son menores. Lo que nos cuentan es la relación entre dos militares, Feraud y D’Hubert, que se baten en duelo a lo largo de su vida en varias ocasiones. Por distintas razones van sobreviviendo a cada encuentro; duelos que se desarrollan de forma distinta. A caballo, a espada, breves, sangrientos. Durante el desarrollo de la trama comprobamos que, en realidad, lo que nos van contando es cómo conviven y salen adelante dos formas de vida. Lo duro, belicoso, descortés y primitivo de Feraud se enfrenta a la clase aristocrática, a la calma, a la cultura exquisita de D’Hubert. Aunque, a decir verdad, dado que el punto de vista utilizado es el de D’Hubert, el carácter y la psicología de Feraud quedan algo desdibujadas.

Ridley Scott, influenciado (sin duda) por la película de Stanley Kubrick, ‘Barry Lyndon’, busca encuadres con distintas iluminaciones que nos enseñen algo parecido a lo que son los lienzos de la época romántica. Esa iluminación, lógicamente, naturalista, toma especial relevancia con el uso de velas y sombras en interiores. Los exteriores repiten una idea que desde el principio, Scott, quiere hacer llegar: cómo es la relación entre los protagonistas. El fotógrafo Frank Tidy hace un trabajo espléndido. Los personajes protagonistas son encarnados por Harvey Keitel (llegaba de un intento fallido por interpretar el papel principal en ‘Apocalypse Now’) y Keith Carradine. Ambos están muy bien dirigidos y consiguen una actuación sobresaliente.

‘Los duelistas’ es una excelente muestra del cine que se filmaba en esa época (1977) y está a la altura de las mejores películas de Scott. No dejen de prestar especial atención a cómo el director va utilizando a los personajes femeninos para que las personalidades de los duelistas vayan dibujándose con coherencia. Eso y un montaje que va en busca de lo mismo, son aspectos especialmente interesantes.

Nirek Sabal

Si algo es capaz de unir a las personas una vez, podrá hacerlo mil veces. Estará desbaratado, olvidado, liquidado; pero estará, en algún lugar estará aguardando su oportunidad. Tan sólo hay que buscar con cariño, olvidando cualquier cosa que distorsione el recuerdo. El cine es una de esas cosas. Lo que lo aman lo saben. Y Giuseppe Tornatore es un convencido de ello.

Giuseppe Tornatore ama el cine. 'Cinema Paradiso' es, entre otras cosas, la muestra de ello. Porque el amor no se puede fingir y esta película rebosa pasión, un cariño inmenso, por los cuatro costados.

Tornatore escribió un guion estupendo y entregó una película deliciosa que habla del cine como elemento común para los habitantes de un pueblo entero; como canalizador de amistades, romances y toda clase de experiencias. Pero también enseña los códigos internos propios del cine que se instalan en la vida del espectador, de cualquier espectador, sea cual sea su condición. Tornatore habla del cine como forma de entender el mundo, como posibilidad ante una vida llena de dificultades. Y es que la magia nos permite elegir caminos que ni siquiera existían antes de pisarlos por primera vez.

La fotografía de Blasco Giurato es preciosa. Busca, siempre, el brillo en todas las escenas; un brillo que termina apareciendo pase lo que pase. Y la partitura de Ennio Morricone es una obra maestra. Emocionante, profunda, impecable. Por supuesto, la dirección de Tornatore es excelente, delicada hasta el extremo. El trabajo que hace con Salvatore Cascio es espléndido. Los niños actores son difíciles y, en esta película, todo parece sencillo, natural, casi obligado. Philippe Noiret, Jacques Perrin y Marco Leonardi defienden sus papeles con una soltura inmejorable. Tornatore deja su sello personal en cada escena, en cada encuadre, en un movimiento de la cámara que apenas se nota. Impecable.

'Cinema Paradiso' narra la historia de una amistad y de una pasión, del amor y de la fidelidad con uno mismo. Alfredo (Noiret) es el encargado del proyector en el cine de un pequeño pueblo italiano. Salvatore (Cascio, Leonardi, Perrin; niño, joven, adulto) es un niño emocionado con el cine. Su vida se llena con todo lo que sucede en la sala de proyección aunque intuye que es en la sala del proyector donde está su sitio. Alfredo, tras muchas negativas, accede a que el niño le acompañe mientras trabaja. Se forja, así, una vocación, una profesión y una amistad. Mientras, el pueblo va evolucionando con el cine como punto de reunión, como lugar en el que todo pasa y todo es posible. Lo real y lo ficticio que se agarra y se integra a lo cotidiano.

La tensión narrativa mejora con el paso de los minutos. Y el tramo final es emocionante a más no poder. Si el espectador termina con lágrimas en los ojos no es extraño. Aunque no serán producto de la sensiblería o del ataque a la zona más lacrimógena. No, serán sinceras porque llegan de la emoción que es capaz de despertar el director italiano. Cuando algo es auténtico nada se puede criticar.

Otra de las zonas de interés narrativo la llena la historia de amor que Salvatore (ya es un jovencito) vivirá con la que él cree que es la mujer de su vida. No terminan formando una pareja. El romance se hace eterno arropado por el silencio del protagonista. Del mismo modo, vivirá la amistad de su vida; la que forjó con Alfredo que este instala en la distancia intentando que el futuro del joven sea el mejor. Sin embargo, el protagonista no renuncia a nada de ello. De nuevo aparece lo auténtico en escena. Nada de lo auténtico es intercambiable. Tornatore no duda en enviar mensajes sólidos y claros.

No faltan en la película escenas con una carga implícita importante. Hay detalles que hacen evolucionar la trama vertiginosamente, detalles que justifican las elipsis con una elegancia pasmosa. Presten atención a las escenas en las que Tornatore centra su atención en el personaje principal y en las anclas oxidadas que descansan en el muelle. Primero una, luego decenas. El mundo cambia, el tiempo corre, las personas emigran a las grandes ciudades; pero en el cine eso puede ser reducido a un instante. Es magia. En 'Cinema Paradiso' todo es emotivo, reflexivo, evocador.

La película es deliciosa; un homenaje al cine, a su magia y a nuestra capacidad para dejarnos arrastrar por ese poder de convicción que sólo la ficción es capaz de aportar a nuestras vidas. Si no la han visto ya, no tarden en hacerlo. Si ya la vieron, vuelvan a hacerlo. En cualquier caso, es una experiencia exquisita.

G. Ramírez

El año 1607 un grupo muy reducido de hombres llegaron a lo que hoy se conoce como Virginia en Estados Unidos. Ese mismo año levantaron el fuerte Jamestown. El guion de ‘El nuevo mundo’ nace de los diarios de John Smith y de los libros escritos por los historiadores James Barlowe y Robert Beverly. Gran película de Terence Malick.

Terrence Malick fija la atención en ese momento histórico en el que los primeros colonos ingleses llegaban a América y utiliza la famosísima historia de amor imposible entre Pocahontas y el Capitán Smith, como excusa para volver a convertir en un enorme poema la pantalla. 'El nuevo mundo' no es una película que hable del amor. 'El nuevo mundo' es un canto melancólico a la pérdida de identidad del ser humano cuando dejó de estar pegado a la Tierra, a su único hogar. El drama fue y sigue siendo tremendo puesto que el hombre no puede serlo sin su entorno. El Paraíso y la pérdida de la inocencia son temas muy recurrentes en la corta obra de Malick.

Es verdad que la historia entre el buscador de fortuna John Smith (encarnado por un serio y profundo Colin Farrell) un tipo valeroso, inundado de valores; y la joven que no evita descubrir el mundo y hacer suyo lo propio y extraño, Pocahontas (’juguetona’), papel interpretado por una maravillosa Q´Orianka Kilcher; es muy llamativa, muy seductora. Pero Malick solo cuenta lo que le interesa, lo que puede estar al servicio de lo que él entiende que es fundamental: la madre naturaleza, el edén despreciado y maltratado por sus hijos. Le gusta más presentar a los indios powhatan como parte de la Naturaleza, como otro animal más, no se entienden esas cosas por separado. Lo de Pocahontas es anecdótico.

Malick va dibujando, plano a plano, un mundo idílico. El fotógrafo Emmanuel Lubezki realiza un trabajo portentoso (se rodó en 65 mm, con la luz del amanecer o del atardecer y usando, en muchas secuencias, la steadicam; buscando las zonas sensibles de los cuerpos para contar la historia de amor, buscando planos oblicuos que aportan sensación de prisas, de pasiones; nada es casual en el trabajo de Lubezki). Malick utiliza la voz en off para ir haciendo crecer a los personajes y lo hace con esa voz porque es la que trata de representar el pensamiento. Los diálogos se hacen breves, los silencios se convierten en las zonas narrativas más relevantes, los ojos de los personajes se muestran siempre con un punto de misterio, huidizos. Todo ocurre al ritmo de un tiempo ancestral que parece detener y detenerse. El azar y la necesidad son la misma cosa; los hombres se equivocan y todo ocurre al ritmo del error que supone no saber que lo bueno del universo se pone en peligro.

Q´Orianka Kilcher y Colin Farrell están acompañados por Christian Bale (discreto), Christopher Plummer, David Thewlis y Wes Studi (¿recuerdan a Mawa, el señor de la guerra de los hurones en 'El último mohicano'?). El conjunto funciona muy bien.


El adagio del 'Concierto para piano No.23' de Mozart nos acerca al amor; el Preludio de 'Das Rheingold' de Wagner nos arrastra a ese descubrimiento de las nuevas tierras.

No puedo dejar de señalar una parte de la trama que suele pasar desapercibida y es sumamente importante y divertida. Un jefe indio viaja a Inglaterra para 'buscar a ese Dios del que tanto hablan'. Le veremos buscando en los jardines, en espacios abiertos. No encuentra nada, claro. Y no entiende cómo no puede estar en la Naturaleza. Antes ha estado en un templo y allí ve una imagen, pero no le debe parecer ni un dios ni nada de nada. Y es que Dios (si es que existe) y el universo no pueden ser cosas distintas.

Película preciosa, lenta, reflexiva, profunda. Una de las mejores filmadas en este siglo.

G. Ramírez

 

Agata Kulesza y Agata Trzebuchowska.

La guerra no acaba cuando se firma un armisticio o una rendición sin condiciones. Los efectos de la guerra perduran durante mucho tiempo y condiciona la vida de las personas. ‘Ida’ es una película que cuenta cómo la Segunda Guerra Mundial cambió la vida de millones de personas y cómo el futuro ya no puede ser diferente.

Pawel Pawlikowski entregó el año 2013 una preciosa película que habla de la guerra y sus consecuencias, del odio y sus consecuencias, de la ignorancia y sus consecuencias, de la culpa, del pasado como estructura indispensable y definitiva del presente y del futuro, de la redención como carga para el ser humano, de la imposibilidad de olvidar, de la posibilidad de una libertad que nos conmociona y a la que tememos porque es la forma de encontrarnos con nosotros mismos; de todo esto y de sus consecuencias. Y habla desde dos personajes femeninos contrapuestos que dibuja con precisión, con delicadeza, con la necesaria contundencia para que la trama se soporte sin problemas. Por otra parte, el guion es estupendo, cuidadoso y muy bien rematado.

'Ida' ('Sister of Mercy', 2013) cuenta la historia de una novicia que está a punto de tomar los votos. Estamos en Polonia, 1960. La joven es enviada a conocer a su única familiar viva. Su tía es una antigua combatiente, reniega de todo, está descreída y le devora el alcoholismo. Ida descubre que su nombre es otro y que sus orígenes son bien distintos a los imaginados.

El trabajo que hacen las dos actrices es maravilloso. Agata Kulesza y Agata Trzebuchowska cuidan cada movimiento, encarnan a sus personajes de modo que pensamos que sería imposible que otras actrices lo hicieran. Será difícil que el fotógrafo de turno les fotografíe con tanto buen gusto.

El blanco y negro de la película es luminoso, brillante, perfecto; un blanco y negro que artísticamente fascina al representar una época en la que muchos países vivieron la realidad sin color alguno. Los encuadres dejan muy bajo el foco y la realidad, que parece estar presionando desde arriba, tiene un gran espacio. La cámara apenas se mueve (solo en dos ocasiones) y el resultado es que el efecto pictórico se impone en toda su belleza.

Suena jazz en Ida, suena una balada preciosa de John Coltrane, la que dedicó a su primera esposa y tituló 'Naima'. Este es un tema que se incluyó en el disco 'Giant Steps' (1960). Suena el jazz con un punto de esperanza para un país condenado a lo gris, a la tristeza. Además de este tema, la banda sonora es discreta y casa bien con lo que se cuenta. La música clásica aporta ese toque imprescindible para que una película dibuje el contorno propio con exactitud.

La parte final de la película es formidable. La escena en la que Wanda toma una última decisión o en la que Ida toma la suya, son un placer para cualquiera que ame el cine. Y los detalles tienen efectos casi quirúrgicos. Por ejemplo, el coche en el que viajan Ida y Wanda es blanco y está en perfecto estado. Termina arrugado, sucio porque el camino ha sido duro, difícil; se convierte en una metáfora de lo que les está sucediendo a los personajes. Todo es importante en la cinta de Pawlikowski.

La trama se desarrolla con lentitud, sin retóricas estúpidas, sin buscar el éxito comercial. El espectador va recibiendo información, imágenes rotundas, y necesita cierto reposo para interiorizarlas, para poder disfrutar de las siguientes al máximo.

El caso es que esta es una excelente película de cine por todos los elementos técnicos utilizados, por unas interpretaciones de primera categoría y porque el realizador se empeña en dejar abierta la posibilidad a buscar y encontrar la luz al final del túnel sea cual sea la situación. Este es cine de calidad que hipnotiza de principio a fin y reconcilia con el séptimo arte.

G. Ramírez

El boxeo es un deporte que consiste, fundamentalmente, en llevar más allá de lo posible las capacidades físicas y mentales del ser humano. El boxeo consiste en acumular respeto a base de arrancárselo al contrario; no se trata de violencia y sólo violencia. Y el boxeo consiste en crear un universo dentro de un escenario construido sobre las miserias humanas y adornado con lujos que las esconden.

Como cualquier otro deporte, el boxeo esconde paradojas. Del mismo modo que en el judo hay que aprender a caer para vencer, en el boxeo hay que aprender que se puede golpear mientras retrocedes. Es curioso comprobar que en el deporte las cosas funcionan justo al revés de lo que creemos. Si un deporte ha proporcionado material de trabajo a guionistas, productores y realizadores del mundo del cine, ese ha sido el boxeo.

Estas tres películas (con las que no se aspira a dejar una lista de las mejores) pueden ser una buena referencia para aquellos que quieran indagar en el universo que se llena de cuadriláteros, guantes, trampas, sangre y vidas rotas. El boxeo apesta a cine, el boxeo apesta a humanidad. Por eso, muchos sienten una atracción incontrolable por él. Sin saberlo, el público que acude a un combate de boxeo lo hace creyendo que la fiereza del hombre les provoca cierta fascinación, cuando, en realidad, eso es lo más superficial de todo lo que se puede ver sobre un ring.

'Toro salvaje' (Martin Scorsese, 1980). Scorsese es un pegador nato. Desde el primer plano de sus películas lanza ganchos y directos al rostro de los espectadores. Rápidos y precisos. Demoledores. No hay preparación alguna, no deja unos minutos para estudiar el juego de piernas del que mira. La estrategia es clara: ser demoledor. Suena la campana (en cine se llama créditos) y el combate se convierte en una lucha sin cuartel. Los personajes aparecen con fuerza, los diálogos no buscan las cuerdas sino que profundizan en las psicologías y hacen avanzar la trama. No hay tregua para el espectador despistado. Después de cada asalto no hay rincón en el que tomar aire.

'Toro Salvaje' es una película que huele a boxeo. Pero no es una película sobre el boxeo. Cuenta la historia de Jake La Motta, de cómo triunfa y de cómo fracasa, de cómo el fracaso se puede maquillar con lo efímero del triunfo, de cómo el triunfo puede ser -al mismo tiempo- el mayor de los fracasos, de cómo el triunfo es -finalmente- una tortura insoportable. El tema que trata Scorsese (de forma magistral) no es el boxeo (ese es el vehículo necesario para llegar hasta donde quiere) es el fracaso. Porque todo en este mundo lo es. Pero la película es boxeo, sangre, golpes, dolor. Es evidente que las escenas que se muestran sobre el ring son boxeo, pero el resto (las que relatan el matrimonio de La Motta o la relación con el hermano) son tan brutales como lo es una paliza inmensa. Robert De Niro interpreta el papel de La Motta. Está estupendo. Además, (cosas de este actor) aparece gordo como un globo o en plena forma física sin caracterización alguna. Engordó para parecerse al verdadero La Motta y se pasó por el gimnasio para subir al ring siendo creíble al cien por cien. Joe Pesci y Cathy Moriarty, aunque más discretos, también sobresalen en sus interpretaciones. Cercano al expresionismo más brutal, el fotógrafo Chapman arranca hasta el último detalle en cada toma. El montaje termina haciendo de la película un combate de boxeo en sí mismo. Rupturas, elipsis, cierta brusquedad en el ritmo narrativo. Tal y como es una pelea entre doce cuerdas. Todo parece ser una sucesión de asaltos que provoca en el espectador la sensación de recibir golpes para los que, por inesperados, no tiene defensa alguna. La banda sonora es notable. Incluye el 'Intermezzo' de la 'Cavalleria Rusticana' de Mascagni y sólo por eso merece la pena ver la película.

'Million Dollar Baby' (Clint Eastwood, 2004). Eastwood prefiere un buen juego de piernas, estudiar al contrario (el espectador) y ganar los combates por K.O. Técnico. Construye sus películas con paciencia, con montajes lineales y fáciles de seguir, para asegurarse de que nadie se queda atrás. 'Million Dollar Baby' es una excelente película en la que la protagonista es boxeadora. Parece mentira que en un deporte, que siempre estuvo pegado al hombre, dé tanto de sí desde el lado femenino. Todo el metraje termina teñido de feminidad. Hasta la brutalidad de un golpe logra hacernos ver esa fragilidad tan propia del ser humano. El arco dramático de los personajes es inmenso e intenso. Vamos descubriendo a cada uno de ellos en sus facetas más íntimas, la trama ayuda a que su desnudez nos genere una empatía que muy pocas películas han conseguido. El trabajo de Eastwood es emocionante escapando de la lágrima fácil. Hilary Swank está estupenda y llena la pantalla de principio a fin. Eastwood y Morgan Freeman acompañan a la actriz aportando toda la luz posible. El guion se centra más en el éxito personal que en el deportivo, en esa zona escondida del mundo del boxeo que tiene que ver con el ser humano y su cosmos. La partitura es espléndida y supone un contrapunto magnífico que ayuda a convertir la violencia en un motivo de belleza. Parece imposible, pero se consigue.

'Marcado por el odio' (Robert Wise, 1956). El boxeo se ha ligado tradicionalmente a los bajos fondos, a las vidas rotas, a los chicos malos y a los que se aprovechan de ellos. A la zona más oscura del ser humano. Pero también a la redención a través del deporte. Es de esto de lo que habla esta película.

Paul Newman interpreta el papel de Rocky Graziano. Es una de sus mejores interpretaciones. Muy bien dirigido por Wise, resulta creíble y se aleja de un histrionismo al que invita un papel como este muy vigoroso y centrado en la personalidad del boxeador. Le acompaña una estupenda Pier Angeli que hace de esposa abnegada, frágil y modosa.

Uno frente a la otra provoca un contraste que arrastra la película hasta territorios que sacan del tópico una trama que hace aguas en algunos momentos por esa razón. Son esas interpretaciones tan estupendas y un montaje inteligente y eficaz lo que convierten el trabajo de Wise en algo grande.

'Marcado por el odio' es una película que retrata más que bien lo que fue el mundo del boxeo en el imaginario colectivo durante buena parte del siglo XX. El universo pugilístico se llena de golpes, de miserias, de trampas, de dolor, de fama pasajera. Se llena de ganchos y directos, de un buen juego de piernas, de pasión, de odios que te hacen perder la pelea. Por eso funciona tan bien en el cine; porque se parece mucho al resto de los universos. El mundo del boxeo desprende un hedor del que es muy difícil escapar.

G. Ramírez

Niki Lauda y James Hunt

Si algo ejerce fascinación es el rugido de un motor que anuncia la posibilidad de morir. Si algo ejerce fascinación es la posibilidad de dibujar mundos ajenos en los que tenemos un hueco y en los que nos introducimos buscando explicaciones. Si algo ejerce fascinación, entonces, es la suma de lo anterior que ofrece como resultado películas y automovilismo en un solo paquete.

La aparición de Fernando Alonso en los circuitos provocó, en su momento, un considerable aumento del interés por el automovilismo en España. Pero la pasión por el motor no es nueva. Como dice uno de los personajes de la película 'Rush' los hombres aman a las mujeres, pero, por encima de todas las cosas, aman el automóvil. También hay mujeres que sienten esa misma pasión; se lo garantizo. El cine siempre se ocupó de encajar los motores rugiendo en las películas importantes y de usarlos como excusa para maquillar la mediocridad. Algunas dedicaron todo el metraje a este deporte; infinidad de ellas tuvieron en el automóvil una herramienta fundamental con la que narrar.

'Rush' (2013). El realizador Ron Howard logra un encaje perfecto entre pasión por el automovilismo y carga dramática. 'Rush' trata de ser un biopic sobre James Hunt y Niki Lauda (interpretados por Chris Hemsworth y Daniel Brühl respectivamente) y, al mismo tiempo, se centra en uno de los campeonatos más emocionantes y disputados de la historia de la F1.

Los personajes se trazan con detalle y asistimos a un choque de personalidades brutal, a una historia lleno de respeto, pero, al mismo tiempo, de odio. El guionista es hábil y va alternando las voces narrativas (de los pilotos) por lo que el contraste resulta más contundente.

La dirección de Howard es impetuosa y logra que las escenas centradas en la competición resulten emocionantes y espectaculares. Algo más pausado es el ritmo narrativo cuando la cámara mira a los personajes desenvolviéndose en su vida privada. Howard consigue que, tanto Hemsworth como Brühl, dejen lo mejor de ellos mismos en cada escena. La arrogancia, la frialdad, lo milimétrico del carácter de Lauda o la pasión por disfrutar de la vida y por jugársela en las carreras de Hunt, quedan dibujados con exactitud gracias a las interpretaciones de los actores.

Por su parte, Anthony Dod Mantle realiza un trabajo fotográfico espléndido (el tramo final es extraordinario) y logra que los efectos sonoros y la partitura conviertan la película en un producto de gran calidad.

'Rush' es un trabajo respetuoso con el carácter técnico de este deporte. Tiende a un realismo poco invasivo y a no meterse en charcos innecesariamente.

'Driven' (2001). Esta película es todo lo contrario a 'Rush'. El guion de Sylvester Stallone es un desastre y el resultado es un reclamo para los locos del motor. Como si alguien aficionado al automovilismo se sentará ante un bodrio como si nada por el hecho de ver coches veloces en la pantalla. El reclamo es un insulto al espectador. Ruido de motor, música estridente, una historia de amor completamente estúpida y una heroicidad increíble entre los personajes. Por si era poco, el director Renny Harlin convierte los coches en una especie de cohete que si choca puede llegar volando a cualquier lugar improbable; los pilotos se bajan de sus máquinas en medio de la carrera para ayudar a un compañero en apuros; la conducción que nos ofrecen es más propia de niños en una pista de karts que de pilotos profesionales. Y, claro, las carreras terminan pareciendo un capítulo de los autos locos. Stallone, Burt Reynolds y Kip Pardue defienden sus papeles con poco éxito. Haciendo gestos no se puede ir a ninguna parte.


'Bullitt' (1968). Si nos centramos en las películas que tienen en nómina a los coches como si fuesen un personaje más, podemos pensar en varias; pero nunca faltaría en una lista 'Bullitt'.

Dirigida por Peter Yates, con partitura de Lalo Schifrin (magnífica) y la actuación de Steve McQueen (Jaqueline Biset le acompaña, pero solo eso). En 'Bullitt' se encuentra la que es (mientras no se demuestre lo contrario) la mejor y más apasionante persecución en coche de la historia del cine. En las calles de San Francisco, subiendo y bajando cuestas, esquivando peligros, acelerando hasta límites insospechados. Un Ford Mustang G. T. 390 Fastback persigue a Dodge Charger R/T 440 Magnum. Ambos son del año 1968. Los diez minutos que ocupa esta persecución son fascinantes.

Si, además, sumamos que 'Bullitt' es una excelente película policiaca que escapa de todo cliché y que Steve McQueen hace un papel imponente, hablamos de un clásico imprescindible para amantes del motor y aficionados al cine.

'Dos en la carretera' (Two for the road, 1967). El matrimonio visto desde la metáfora de un viaje por carretera. Crisis, pasión, infidelidad, complicidad, rutina... Todo lo que un matrimonio encierra subido en un coche y preparado para viajar. Gran parte de la acción sucede con el motor encendido y rodando por el asfalto.

Stanley Donen presentó un producto muy amable jugando una baza segura: Audrey Hepburn. Albert Finney que está espléndido es el marido. La estética sesentera predomina aunque la película, en general, envejece bien. La pareja, al son de la partitura de Henry Mancini (exquisita e inolvidable) recorre el mundo, su vida entera. Y Donen monta la película rompiendo la linealidad de la trama, llevando a sus personajes de un lugar a otro y de un tiempo a otro (por supuesto los espectadores vamos detrás). De este modo, estamos obligados a componer un puzle que termina siendo la historia de cualquier matrimonio. Maravillosa película.

G. Ramírez

 


‘There will be blood’ es una película filmada en el siglo XXI. Presenta uno de los mejores arranques de toda la historia del cine, una de las interpretaciones más completas que se recuerdan de los últimos treinta años y una banda sonora extraordinaria. Es cine de verdad; es un homenaje al cine de verdad.

‘There will be blood’, ‘Pozos de ambición’ en España, es una película estrenada en 2007. Se trata de una cinta extraordinaria que puede gustar muchísimo o aburrir a salas enteras. ¿Cómo puede ser eso? Pues porque ver esta película exige un grado de reflexión más que importante y no todo el mundo está dispuesto a hacerlo.

Es una adaptación de la novela de Upton Sinclair ‘Petróleo’, escrita en 1927. Y es un homenaje al cine clásico. Incluido el cine mudo, todo tiene su propio guiño reservado en la película del realizador Paul Thomas Anderson. Aborda un asunto espinoso que lleva dividiendo a las sociedades desde hace siglos: ¿lo importante es lo material o lo esencial es lo espiritual?

Si no ha visto usted la película debería detenerse aquí. Me temo que para explicar lo que creo que es fundamental tendré que referirme a escenas concretas desvelando parte del libreto.

En la Biblia, concretamente en el Génesis, nos cuentan lo que sucedió entre Caín y Abel. Ya saben que fue el primer asesinato que cometió el hombre según la tradición judeo cristiana. Pero en realidad nos presentaban dos formas de vida; por un lado, el peligro que representaba el sedentarismo para un pueblo que tenía como objetivo encontrar a Dios y no podía quedarse quieto; por otro lado, el nomadismo. La historia de Caín y Abel se leyó siempre muy mal. Se sigue haciendo. En ‘There will be blood’ tenemos esa muerte del hermano (o del que se hace pasar por él) como pecado de uno de los personajes y la confrontación entre el capitalismo y la religiosidad como forma de vida. Por eso la última escena de la película es la que es. Daniel Plainview, el empresario que se obsesionó con el poder del dinero muchos años atrás, asesina al pastor Eli Sunday. Representan el capitalismo más salvaje y la espiritualidad más tramposa y casposa, respectivamente. El dinero acaba con lo que no se puede tocar, con lo espiritual. Y así fue en ese momento histórico y aún sigue vigente. Si la película se ve como la historia de un hombre que progresa y se vuelve loco a causa del dinero, no estaremos entendiendo nada de nada.

La fotografía de ‘There will be blood’ es sensacional, se busca un movimiento de cámara que esté justificado y sea elegante (la escena de las vías de tren al frente y el vehículo circulando en un camino paralelo es impresionante), el vestuario es espectacular, maquillaje y peluquería estupendos, la puesta en escena como conjunto resulta elegante. El montaje es clásico y no presenta problema alguno aunque es lo menos destacable.

El trabajo de Daniel Day-Lewis encarnando al personaje principal es completo y perfecto. Se le ha tachado de histriónico aunque lo que hace el actor es llevar al extremo un perfil que requiere cierta tendencia a la exageración puesto que es la representación sarcástica de un sistema económico completo. Paul Dano hace un buen trabajo haciendo de pastor radical y fanático aunque va de menos a más en su interpretación.

Un aspecto importante que no puede dejar de destacar es la banda sonora. Es magnifica; la firma Jonny Greenwood, componente de Radiohead.

La película huye como si del diablo se tratase de todo eso que vemos en las películas actuales y que rebajan tanto los niveles técnicos: planos secuencias eternos sin justificar, planificaciones absurdas, bandas sonoras invasivas que en lugar de matizar la imagen son acompañadas por la imagen, trucos que tapan las carencias y no eliminan los problemas...

Esta es una película que se debe ver. Cada cual disfrutará más o menos, pero hay que verla porque es de las que ayudan a formar un criterio propio. Es lo que tienen las grandes cintas.

G. Ramírez

 


Esta es una de las mejores películas de terror de todos los tiempos. La mezcla de religión, maldad, bondad inservible, muerte y miradas intrigantes, es perfecta.

Si tuviera que elegir diez películas que me dan mal rollo, sin duda, ‘La Profecía’ estaría entre ellas. No hay grandes efectos especiales (una cabeza volando y poco más), no hay sustos horribles, no hay baratijas, vaya; pero la película está muy bien contada, lo que narra es el verdadero horror (la maldad en estado puro), los actores están más que bien y, sobre todo, el niño (Damian) tiene una cara de mamón que pone los pelos de punta. Qué mirada. Además, la música de Jerry Goldsmith ayuda mucho a crear ese clima del que es imposible escapar durante los ciento nueve minutos de metraje. El verdadero infierno.

La he visto varias veces y aún me sigue dando miedito. Esas fotografías que señalan la muerte próxima de los retratados, los sacerdotes enloquecidos por la llegada del demonio, los perros que acompañan y guardan al mal, la intuición de una madre que no puede mirar a su hijo porque sabe lo que hay, un hombre consciente de que su cobardía le ha llevado a todo eso y ve como pierde su vida entera; todo el conjunto es suficiente para que te pegues al asiento y no quieras saber nada de lo que hay más allá de la luz (de la de la habitación, digo). Si a esto le sumamos la cara de mamón del niño que interpreta a Damian, tenemos asegurado un rato inolvidable.

Siempre que la comienzo a ver, me pregunto si la película habrá envejecido bien o la estética y el punto de vista se habrán quedado anticuados. Siempre que acabo de verla, pienso en lo bien que se hacían las cosas cuando el cine era cine de verdad y no tanto ordenador ni tantas dimensiones.

El sexto día del sexto mes y a las seis de la mañana nace un niño. Estamos en Roma. El padre es el embajador norteamericano en esa ciudad. Le comunican la muerte del bebé. Él, desesperado, visita un hospital católico donde le ofrecen un recién nacido a cambio. Así podrá ocultar a su esposa el drama. Todo parece normal hasta que la niñera de Damian (después de ver a un perro de lo más inquietante) se ahorca durante el cumpleaños del niño, en presencia de todos los invitados. A partir de aquí la cosa se complica de lo lindo. Unos versículos del Apocalipsis que anuncian la llegada de Lucifer a la tierra se van convirtiendo en realidad a medida que avanza la trama.

Gregory Peck interpreta el papel de padre; Lee Remick el de madre y al niño, a Damian, le da vida un enano con cara de mamón que tira de espaldas. Richard Donner fue el que dirigió el rodaje de esta joya del cine de terror.

La película se estrenó en 1976 y, supongo, que serán pocos los que no la hayan visto. Si aún queda alguien en el mundo en esas condiciones (imperdonables condiciones) acepten este consejo: apaguen las luces del resto de la casa, tengan a mano algo de beber, si fuman preparen tabaco y mechero, dejen que anochezca, pulsen la tecla play y esperen. El número 666 y la cara de mamón de Damian no se les olvidará jamás. Mal rollo y buen cine es una mezcla inigualable.

Nirek Sabal

‘Prometheus’ es la precuela de ‘Alien, el octavo pasajero’, pero es una película fallida por muchas razones. Muchas de ellas ridículas. Una superproducción que se queda en un mal intento.

Imaginen ustedes que les encargan escribir un guion para una película de cine. Les dicen a ustedes que la cosa va de contar el viaje espacial más importante para la humanidad desde que lo es, puesto que la nave y su tripulación van en busca de los creadores del hombre. Un reto ¿verdad? Si, además, el director de esa película es Ridley Scott y todo pasa por ser una precuela de su obra maestra ‘Alien: el octavo pasajero’, el asunto puede producir un ataque de ansiedad por su importancia.

Pues eso le debió pasar a Damon Lindelof (sí, el mismo que escribió el gran timo televisivo que resultó ser la serie ‘Perdidos’). Pero debió darle el ataque sin que lograse reponerse hasta después de entregar el trabajo. De otro modo no se explica que alguien escriba semejante estupidez como es este guion. El director, el señor Scott, debió pensar que todo daba igual, que él lo arreglaría con efectos visuales grandiosos, escenarios alucinantes, una puesta en escena elegante y un montaje que eliminara cosas para idiotas profundos.

Lógicamente, se equivocó porque un guion nefasto es mal compañero de viaje a pesar de cargar con millones de dólares. Ni efectos visuales y especiales, ni una cuidada producción, ni esa puesta en escena tan elegante y profesional, ni nada de nada, puede con la carga de un pésimo guion. Si el objetivo era hacer pasar un buen rato al espectador, vale. Porque la película es espectacular si nos centramos en muchas de sus escenas. Aunque eso convierte ‘Prometheus’ en candidata a ser olvidada con rapidez. Si sumamos a todo esto que, comparada con ‘Alien’,’Prometheus’ parece la prima del pueblo, el olvido es inmediato y obligado para cualquier amante del cine.

El guion de Lindelof debería incluirse en los temarios de las escuelas de cine del mundo entero. Bajo el título: ‘Lo que nunca nadie debe hacer si quiere escribir un buen guion’.

Algunos detalles que les pueden ayudar a hacerse una idea del desastre que representa este trabajo (a partir de aquí se desvelan datos de la trama):

El viaje interespacial es de suma importancia. Pero, qué cosas, cuando después de dormir plácidamente durante más de dos años, el robot despierta al personal y resulta que no se conocen entre ellos. Supongo que se prepararon el viaje por internet. Chateando y eso.

Bien. Ya despiertos, nos dicen que allí están los mejores. Era de esperar ante la importancia de la misión. Pero siendo los mejores parecen tontos de capirote. Llegan al planeta de destino y, sin la más mínima preparación o estrategia científica se suben a los vehículos y se lanzan a explorar un lugar inmenso, desconocido y, posiblemente, peligroso. No voy a mentir; hay una justificación. Uno de los superlistos dice que es navidad y que él va a abrir sus regalos; es decir, quiere encontrar marcianitos. Por supuesto, alguien hace una lectura del aire que resulta ser respirable. Cascos fuera. Venga que aquí no pasa nada. Un científico no haría algo así. Ni usted ni yo. Pero para esta tripulación la cosa va de llegar y hacer lo que a uno le da la gana. Todos regresan, excepto dos. Se quedan dentro de lo que llaman la cúpula. Uno de ellos ha sido capaz de levantar un plano tridimensional del lugar, es geólogo experto, pero se pierden y, por ello, no vuelven a la nave con los demás. Como todo el mundo sabe, los científicos que viajan al espacio no distinguen la derecha de la izquierda, ni arriba o abajo. Por supuesto, cuando aparece un bicho con muy mala pinta; pero mala de verdad; en lugar de salir pitando, el otro, el que sabe de estas cosas, cree haber encontrado un cachorro de pastor alemán y le trata de enseñar a dar la patita. El espectador ya sabe que es una mutación de lombriz (a saber de dónde han salido las lombrices; mejor no pensar en ello para no irritarse más). La lombriz ha tenido contacto con un líquido negruzco y desconocido y se ha convertido en un ser terrible. Pero Einstein lo confunde con Toby.

Más detallitos. Una del grupo queda embarazada. De su novio que es el que se quita el casco en primer lugar. Este ha sido infectado por el líquido negro y desconocido. El androide de a bordo ha sido el causante. Él (el novio) ve cómo un gusano le sale del ojo. Pero no pasa nada. Va como si nada a la siguiente misión de exploración. Soy científico y soy más tonto que pichote.

Bien, pues el lumbreras es el padre de la criatura que ha sido concebida tras tomar (papá) el dichoso líquido. La madre, tras enterarse del asunto y saber que la quieren dormir para trasladarla a la tierra en estado de buena esperanza; esto es, con un calamar muy cabreado dentro; decide hacerse una cesárea. Para ello decide utilizar la máquina que está situada en una cabina de salvamento. Esa cabina es de la jefa de todo este lío y le permitirá vivir durante dos años si la utiliza. La máquina opera sola, pero sólo a hombres. Qué cosas. ¿Para qué querría una mujer esa máquina? El caso es que el calamar es extraído y la mujer debidamente grapada. ¿Qué hace ella? Lo normal. Correr una maratón, pelear con unos y otros y resistir la caída sobre su cuerpecillo de una nave de, digamos, 5.000.000 de toneladas. Como lo oyen. ¿Cómo se libra de una muerte segura? Muy sencillo. Al huir cae junto a un adoquín que impide el aplastamiento. No hace falta decir que en su carrera, al huir de la mole que le cae encima, no modifica la trayectoria ni un centímetro. La dirección coincide, exactamente, con la de la nave cayendo.

El detalle más estúpido se produce cuando el capitán de la nave ha de interceptar a otra que huye con el bicho malo dentro; se trata de estampar su nave contra la que escapa y, llegado el momento grita a su compañero con las manos en alto ¡Sin manoooooosssss! Horrendo.

Estos son algunos detalles lamentables aunque no están todos. Pero es que, además, los personajes son superficiales y el espectador no puede entender nada de lo que pasa al no empatizar con nadie. Como es lógico, la carga dramática se desvanece por completo.

Ridley Scott se traiciona a sí mismo al meter por medio de este desbarajuste a su ‘Alien’. Sin un buen guion no hay nada que hacer y cualquier cosa que esté próxima puede salir dañada. Creer que lo demás puede ser la solución es una metedura de pata enorme. Tampoco está muy afortunado sumando planos muy cortos durante mucho tiempo. La película es muy deudora de ‘Alien’ (salvando las enormes distancias, claro). Contiene casi todo lo que funcionó en esa obra maestra convirtiendo todos los aciertos en una mala copia sin pies ni cabeza, sin nada en lo que sostenerse mínimamente.

Las interpretaciones son bastante normalitas. Se libran de la mediocridad Fassbender y Charlize Theron, aunque sin grandes lujos. Y lo de elegir a Guy Pearce para interpretar a un anciano en lugar de contratar a un anciano de los de verdad es incomprensible.

Pues todo esto se acompaña de una música omnipresente y excesiva que no dice gran cosa a pesar de todo.

En fin, una película mediocre. Entretenida y visualmente potente por la técnica utilizada. Nada más.

Nirek Sabal

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