‘La cinta blanca’: Con la duda a cuestas
Los artistas se empeñan en que
sus obras expresen lo que ellos tenían en la cabeza cuando escribieron,
pintaron o rodaron una secuencia. Presentan la obra que toca y la explican para
que nadie mire aquello desde una perspectiva equivocada. Insisten en ello una y
otra vez. Su obra dice lo que ellos quieren que diga. Pero no. De eso nada. La
contemplación de una obra de arte es todo menos eso. Es verdad que hay gente
que antes de ir a ver una exposición, leer una novela o ver una película, echan
un vistazo a críticas, manuales, biografías del autor o lo que tengan a mano,
de modo que, cuando se enfrentan con la obra, ven lo que ya les han dicho que
hay. Y tampoco. Esa no es la forma. Permite poder repetir lo que has leído al
que tienes al lado mirando (si te toca uno que entiende un poquito haces el
ridículo), permite creer que sabes de esto o aquello. Eso es verdad. Pero
impide lo fundamental. Nadie puede recibir una obra de arte explicada. Eso es,
sencillamente, imposible.
Digo todo esto porque he leído
que Michael Haneke hace grandes esfuerzos en sus películas por encontrar
razones que expliquen la aparición del fascismo en Europa después de la Gran
Guerra. Y supongo que eso es lo que hace. Cosa que por otra parte me parece más
que bien y no me importa en absoluto. Y digo todo esto porque ‘La cinta blanca’
me dejó pegado al sillón por muchas razones entre las que no se encontraba esa
búsqueda de explicaciones sobre la aparición del fascismo.
Primero un par de pegas. Aunque
la película es magnífica, conviene señalar los pequeños defectos que presenta.
Haneke utiliza en esta película un narrador (voz en off de un maestro de escuela) que olvida con facilidad
durante algunas secuencias. Si eliges un punto de vista no puedes modificarlo
para contar algo en concreto. Por ejemplo, si el narrador no sabe no puede
contar. Así de sencillo. Haneke juega a que el suyo habla, a veces, de oídas. Y
podría servir si no hiciera, en efecto, un cambio en el punto de vista. Esta es
una pequeña pega de la película. Por otra parte, un mundo terrorífico, en el
que todo gira alrededor de la envidia y de la brutalidad, no permite cualquier
cosa al construir un personaje. En ‘La cinta blanca’ tenemos un médico que es
amante de la matrona de pueblo. Decide dejarla. Pues bien, la conversación que
mantienen cuando él le comunica a ella su deseo de dejar la relación, es
inverosímil. Un personaje puede tender a un extremo, por ejemplo, al de la
maldad. Vale. Pero lo que dice ese personaje es completamente delirante. En la ficción
también hay límites. Muy bien marcados. Y Haneke pasa por encima de ellos con
cierta facilidad. Por último (en el capítulo de malas noticias) me sorprende
que el director no utilice música (no lo hace casi nunca en sus películas) y
que diga (esto es lo grave) que en la vida real no suena la música si no
conectamos la radio o tocamos la guitarra. Ya lo sabíamos. Pero alguien debería
decir a este hombre que sus películas no son eso que conocemos como mundo real.
Es ficción. Creo yo que no pasaría nada, no perdería ni un gramo de intensidad
su cine, al introducir música. Ciento cuarenta y cinco minutos son muchos
minutos. Ya sé que esto es una apreciación muy, muy, personal. Pero me la
perdonan ustedes.
Vamos con las buenas porque son excelentes. La fotografía de esta película es deliciosa. Se rodó en color, pero se presenta en un blanco y negro absolutamente maravilloso. El reparto, sin excepción, hace un trabajo impecable. Haneke logra sacar lo mejor de cada actor y, muchos de ellos, son niños (misión imposible). El clima que logra es terrible, horroroso, agobiante. Y lo hace sin empujones. Se toma su tiempo para hacerlo sin que apenas lo note el espectador. Excepto en el caso del médico, los personajes son totalmente creíbles.
Le guste poco o mucho al señor
Haneke, su película habla de la duda. Lo del fascismo me parece muy bien aunque
sería difícil que un espectador sin avisar lo viera con claridad. Muchos me
podrán decir que no, que lo que hace es plantear preguntas y más preguntas sin
dar solución a ninguna de ellas, que no habla de la duda sino que la plantea
como vehículo para llevarnos hasta donde nos quiere tener. Podría parecerlo, sí,
pero no es así. Dejar una narración sin principio o final claro (Haneke deja su
película sin ninguna de las dos cosas) no genera dudas, no desarrollar la trama
en su totalidad no genera dudas. No. Y Haneke no plantea cuestiones y las deja
sin resolver. Al menos, no todas se quedan sin una solución. Lo que exige con
su cine es máxima atención para que podamos solucionar esa trama (no he dicho
inventar, eso es otra cosa). Los que se quedan a dos velas son sus personajes,
su narrador. Esos viven y conviven con la duda a cuestas y el mundo se dibuja
desde ese lugar y las consecuencias que añade a la vida de los personajes. No
saber significa no poder vivir. Y todos los habitantes de ese pueblo alemán son
ignorantes de sí mismos y de lo de otros.
Todo es muy impresionante en ‘La cinta blanca’. Difícil y fascinante.
Son muchos a los que el cine de
este director, y ‘La cinta blanca’ en concreto, les parece un tostón. Lo puedo
llegar a entender. Por ejemplo, no todo el mundo está dispuesto a mirar una
pantalla que presenta una toma fija en la que la acción se desarrolla al otro
lado de la pared durante más de tres o cuatro segundos. Haneke tiende a la
exageración con frecuencia y quizás no aporte gran cosa a la intensidad
narrativa o a la carga expresiva. No a todo el mundo le agrada que la narración
deje abierto tantos frentes. Aquí el problema se hace enorme cuando el
espectador intenta rellenar los huecos. Gran error por su parte. Eso es
especular. Nada de echarle fantasía a la cosa. Lo que nos cuentan es lo que
hemos visto. Nada más. Sin embargo, me apunto a los que se quedan pensando
durante días sobre cómo han planteado una cuestión fundamental para el ser
humano. Eso convierte en una maravilla este trabajo de Haneke.
G. Ramírez
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