'El castillo': Intensidad y perturbación
Michael Haneke es un director de cine que tiene mucho que
decir. Frank Kafka es uno de los escritores más grandes de todos los tiempos. 'El castillo' es una novela que les ha unido para siempre. Es posible que esto
suene algo pomposo, pero no se trata de ninguna exageración.
La adaptación que hace Haneke de la novela de Kafka se
ajusta al texto de forma casi exacta. Para ello, el director elimina algunas
imágenes descritas en el texto original con detalle. Escapa de la contaminación
visual que provocaría algo así en una lectura posterior del texto. Por ejemplo,
el castillo que el escritor dibuja en la novela no aparece en la película. La
subjetividad de la cámara se elimina, también. Haneke quiere limitarse a
mostrar lo que Kafka dijo. Ni más ni menos. Con ello alcanza un notable
parecido al espíritu de la obra; logra un escenario opresivo, imposible de
entender; unos personajes muy pegados a los que Kafka quiso crear.
'El Castillo' es una adaptación para la televisión. Esto
explica el ánimo del director al enfrentar el proyecto. Para Haneke, la
televisión imposibilita totalmente la creación artística; es imposible hacer
cine en ese medio. Esta afirmación es del todo dudosa (actualmente, una vez que
los complejos han desaparecido, se ha demostrado todo lo contrario), pero marca
de principio a fin el trabajo.
Sin música (esto es habitual en el cine que realiza este
autor), sin ningún intento artístico, 'El Castillo' presenta la llegada de un
forastero a una aldea que pertenece a un castillo próximo. Todo está prohibido
y se acepta al mismo tiempo por los silencios o los errores de un aparato
administrativo descomunal. El amor aparece de forma absurda (¿no es el amor eso
que aparece o desaparece de forma inesperada y ridícula?) y desaparece o es
escondido a causa de razones diversas. Las relaciones personales son confusas y
rozan el patetismo. A cualquier avance del personaje principal, K., hacia ese
castillo se enfrenta una imposibilidad manifiesta por llegar hasta él, un
alejamiento inesperado y desesperante. La integración en el sistema convierte
al recién llegado en preso para siempre de la mecánica. Del mismo modo que la
novela quedó inconclusa la película acaba de modo que el futuro es incierto. Se
suma a esto un gran número de fundidos que sirven como elipsis que eliminan
todo lo superficial, tal vez lo que nos resultaría más familiar a los
espectadores.
La dirección de actores es estupenda. Todo podría convertirse en un disparate sin sentido, pero Haneke logra controlar cada gesto para que eso no ocurra. Ulrich Mühe defiende su papel con maestría. Pero también están a la altura Susanne Lothar (el papel de esta actriz es especialmente difícil y, fácilmente, el histrionismo tendría cabida) o Paulus Manker. El resto es discreto y reflejo de la actitud del director.
Es posible que, de las adaptaciones de novelas al cine, esta
sea una de las mejores muestras de fidelidad al texto original. Es posible que
la unión entre Kafka y un director de cine no se vuelva a repetir con tanta
claridad y con un resultado tan grande.
Echen un vistazo a la película si quieren descubrir a un
director de primera línea. O si quieren ir conociendo a Kafka. Los que conozcan
a los dos, prepárense para disfrutar de dos horas intensas y perturbadoras.
G. Ramírez
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