'Ida': La luz al final del túnel
Agata Kulesza y Agata Trzebuchowska. |
La guerra no acaba cuando se firma un armisticio o una rendición sin condiciones. Los efectos de la guerra perduran durante mucho tiempo y condiciona la vida de las personas. ‘Ida’ es una película que cuenta cómo la Segunda Guerra Mundial cambió la vida de millones de personas y cómo el futuro ya no puede ser diferente.
Pawel Pawlikowski entregó el año
2013 una preciosa película que habla de la guerra y sus consecuencias, del odio
y sus consecuencias, de la ignorancia y sus consecuencias, de la culpa, del
pasado como estructura indispensable y definitiva del presente y del futuro, de
la redención como carga para el ser humano, de la imposibilidad de olvidar, de
la posibilidad de una libertad que nos conmociona y a la que tememos porque es
la forma de encontrarnos con nosotros mismos; de todo esto y de sus
consecuencias. Y habla desde dos personajes femeninos contrapuestos que dibuja
con precisión, con delicadeza, con la necesaria contundencia para que la trama
se soporte sin problemas. Por otra parte, el guion es estupendo, cuidadoso y
muy bien rematado.
'Ida' ('Sister of Mercy', 2013) cuenta la
historia de una novicia que está a punto de tomar los votos. Estamos en
Polonia, 1960. La joven es enviada a conocer a su única familiar viva. Su tía
es una antigua combatiente, reniega de todo, está descreída y le devora el
alcoholismo. Ida descubre que su nombre es otro y que sus orígenes son bien
distintos a los imaginados.
El trabajo que hacen las dos
actrices es maravilloso. Agata Kulesza y Agata Trzebuchowska cuidan cada
movimiento, encarnan a sus personajes de modo que pensamos que sería imposible
que otras actrices lo hicieran. Será difícil que el fotógrafo de turno les
fotografíe con tanto buen gusto.
El blanco y negro de la película
es luminoso, brillante, perfecto; un blanco y negro que artísticamente fascina
al representar una época en la que muchos países vivieron la realidad sin color
alguno. Los encuadres dejan muy bajo el foco y la realidad, que parece estar
presionando desde arriba, tiene un gran espacio. La cámara apenas se mueve
(solo en dos ocasiones) y el resultado es que el efecto pictórico se impone en
toda su belleza.
Suena jazz en Ida, suena una
balada preciosa de John Coltrane, la que dedicó a su primera esposa y tituló 'Naima'. Este es un tema que se incluyó en el disco 'Giant Steps' (1960). Suena el
jazz con un punto de esperanza para un país condenado a lo gris, a la tristeza.
Además de este tema, la banda sonora es discreta y casa bien con lo que se
cuenta. La música clásica aporta ese toque imprescindible para que una película
dibuje el contorno propio con exactitud.
La parte final de la película es
formidable. La escena en la que Wanda toma una última decisión o en la que Ida
toma la suya, son un placer para cualquiera que ame el cine. Y los detalles
tienen efectos casi quirúrgicos. Por ejemplo, el coche en el que viajan Ida y
Wanda es blanco y está en perfecto estado. Termina arrugado, sucio porque el
camino ha sido duro, difícil; se convierte en una metáfora de lo que les está
sucediendo a los personajes. Todo es importante en la cinta de Pawlikowski.
La trama se desarrolla con
lentitud, sin retóricas estúpidas, sin buscar el éxito comercial. El espectador
va recibiendo información, imágenes rotundas, y necesita cierto reposo para
interiorizarlas, para poder disfrutar de las siguientes al máximo.
El caso es que esta es una
excelente película de cine por todos los elementos técnicos utilizados, por
unas interpretaciones de primera categoría y porque el realizador se empeña en
dejar abierta la posibilidad a buscar y encontrar la luz al final del túnel sea
cual sea la situación. Este es cine de calidad que hipnotiza de principio a fin
y reconcilia con el séptimo arte.
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