‘Hijos de los hombres’: Natalidad cero o cómo el mundo se convierte en un infierno
‘Hijos de los hombres’ (‘Children of men’, 2006) es una
película sobrecogedora, terrible. El planeta Tierra se ha convertido en un
monumental caos que lo ha transformado en un enorme vertedero, en un lugar muy
poco amable para vivir. Las mujeres dejaron de ser fértiles dieciocho años
atrás y la extinción del ser humano es cuestión de tiempo. Gran Bretaña parece
que es el último bastión en el que la civilización occidental puede aguantar la
destrucción total. Es el único país en el que todavía hay ejército y es manejado
por un Gobierno opresor y cruel. Solo los británicos tienen oportunidades
puesto que el resto de las personas son consideradas refugiados y tratadas como
ganado. Sin embargo, en manos de un grupo terrorista se encuentra la única
esperanza para la Humanidad. Existe.
Técnicamente, la película es soberbia. Cuarón utiliza el
plano secuencia de forma espectacular. Para el que no lo sepa, un plano
secuencia es una toma sin cortes de larga duración. Esta elección es muy
acertada porque Cuarón busca que el espectador se implique en la acción al cien
por cien. De paso, en este caso, la cámara nerviosa y, a veces, al hombro,
convierte el plano secuencia en un documento con el que se dibuja la realidad.
O casi. Se hacen espectaculares cuando el realizador obliga a los actores a
regresar sobre sus propios pasos. Es fácil intuir que se necesita un cuidado
especial, milimétrico, casi de exactitud quirúrgica.
Todo lo que vamos conociendo coincide con lo que sabe el
personaje principal, Theodore Faron (encarnado por un excelente Clive Owen).
Theo ve y el espectador ve; Theo escucha y el espectador escucha. Nada que no
vea el personaje puede saberlo el espectador. Llega al extremo la intención del
realizador cuando incluye un leve pitido en el sonido de la película. Es el
mismo que siente Theo desde que una bomba estalló muy cerca de él (ocurre al
comenzar la cinta). Que el punto de vista esté tan pegado al personaje, obliga
a Cuarón a entregar la información precisa a través de los carteles de las
paredes, de la televisión, de los grafitis... Cosas de ese estilo.
El personaje principal es otra de las razones por las que el
espectador bucea en la acción desde el principio y la hace suya. Theo no tiene
fe, se siente descreído, siente que las esperanzas se esfumaron tiempo atrás.
Es todo dudas, se siente ignorante y oprimido. Y en él, en sus manos, queda el
destino de la humanidad. Menuda faena. Y por ello el espectador se involucra
desde muy pronto.
Julianne Moore, aunque en un papel corto, está estupenda. El
resto del reparto cumple muy bien. Destacan Michael Caine (fumando maría y con
aspecto de yeyé) y Chimetel Ejiofor (la escena del parto es enternecedora e
intensa).
La puesta en escena es espectacular. Todos los detalles
están cuidados al máximo. Parece que ese mundo que se ve desde una verja es
real.
En los años 70, Michael Campus dirigió ‘Edicto siglo XX:
Prohibido tener hijos’. Contaba justo lo contrario que ‘Hijos de los hombres’
aunque tocaban el mismo asunto: la natalidad cero. Protagonizaron la película
Oliver Reed y Geraldine Chaplin. La película no triunfó. Tal vez esta de Cuarón
sí lo hizo porque los espectadores percibieron una cercanía muy poco
gratificante entre ficción y realidad.
Magnífica película.
G. Ramírez
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