‘El Gran Hotel Budapest’: Monsieur Gustave y su ayudante Zero

by - septiembre 21, 2024


‘El Gran Hotel Budapest’ es una película luminosa, muy divertida, llena de melancolía, un trabajo que dibuja una Europa imposible en el periodo de entreguerras. El espíritu de Ernst Lubitsch y el universo literario de Stefan Zweig están presentes en cada toma. Esta película es, sencillamente, deliciosa.

'El Gran Hotel Budapest' es una película del realizador Wes Anderson filmada en 2014. Cuenta una de las historias de amistad más auténtica y divertida que se recuerdan en los dos o tres últimos lustros. Lo hace de forma coral y lo hace intentando dibujar la Europa de entreguerras, la decadencia, el territorio de la melancolía que nos obliga a echar la vista atrás para reinventarnos en nuestra propia modernidad.

'El Gran Hotel Budapest' es color, es ironía y sarcasmo, es ternura y es cine; también, es el universo literario de Stefan Zweig.

El que condene a Wes Anderson por ser un esteta caprichoso y poco más estará cometiendo un error enorme. En el cine de este hombre, la planificación de cada escena es milimétrica, los encuadres precisos y originales, la elegancia en el movimiento de la cámara una especie de bálsamo, los montajes son inteligentes, las bandas sonoras formidables. Cada detalle es cuidado hasta el extremo. En esta película, además, el guion se salpica de frases rotundas que permiten a los personajes principales creer sin descanso. Todo está preparado para estar al servicio de la trama principal, de esa historia de amistad a la que me refería.

Ralph Fiennes defiende su papel con una contundencia, con una solvencia, que tira de espaldas. Maravilloso trabajo. Le acompaña un Tony Revolori asombroso. Los dos están estupendos. Pero Bill Murray, F. Murray Abraham, Adrien Brody, Edward Norton, Harvey Keitel, Jude Law, Willem Dafoe o Jeff Goldblum o Tilda Swinton, entre otros y con papeles muy cortos, convierten sus intervenciones en algo divertido y extravagante. El espectador siente que todos disfrutan de lo lindo delante de la cámara.

No puedo seguir sin destacar cómo nos cuentan la huida de la cárcel de unos presos espantosos, violentos y sanguinarios (casi todos) que resulta muy, muy, graciosa. Anderson es capaz de contar lo horrible arrancando una sonrisa del espectador.

El fotógrafo Robert D. Yeoman busca el color imposible, la luz necesaria para que la realidad se torne surreal, y la belleza hasta en los objetos más cutres.

Otro aspecto más que interesante de la película es el narrador elegido. Es el mismo tipo que, en literatura, se conoce como narrador apoyado. Un escritor cuenta lo que le contó una persona que encontró tiempo atrás en el Gran Hotel Budapest y que había vivido la acción en el pasado lejano. Estos filtros permiten a Wes Anderson cierta versatilidad con las voces y todo tiende a tener un hueco en el conjunto sin que se le pueda acusar de utilizar puntos de vista erróneos.

Anderson utiliza elementos de animación que acompañan a los personajes. Consigue con ello que todo se tiña de cierta melancolía, de esa autenticidad que aporta la fantasía y, sobre todo, de un humor cristalino magnífico.

La película es muy agradable para el espectador. Y los más cinéfilos disfrutarán con las constantes referencias a Ernst Lubitsch.

Mientras Wes Anderson siga creando personajes como Monsieur Gustave y su ayudante Zero podremos continuar reconciliados con el cine.

G. Ramírez

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