‘El Gran Hotel Budapest’: Monsieur Gustave y su ayudante Zero
‘El Gran Hotel Budapest’ es una película luminosa, muy divertida, llena de melancolía, un trabajo que dibuja una Europa imposible en el periodo de entreguerras. El espíritu de Ernst Lubitsch y el universo literario de Stefan Zweig están presentes en cada toma. Esta película es, sencillamente, deliciosa.
'El Gran Hotel Budapest' es una
película del realizador Wes Anderson filmada en 2014. Cuenta una de las
historias de amistad más auténtica y divertida que se recuerdan en los dos o
tres últimos lustros. Lo hace de forma coral y lo hace intentando dibujar la Europa
de entreguerras, la decadencia, el territorio de la melancolía que nos obliga a
echar la vista atrás para reinventarnos en nuestra propia modernidad.
'El Gran Hotel Budapest' es color,
es ironía y sarcasmo, es ternura y es cine; también, es el universo literario
de Stefan Zweig.
El que condene a Wes Anderson por
ser un esteta caprichoso y poco más estará cometiendo un error enorme. En el
cine de este hombre, la planificación de cada escena es milimétrica, los
encuadres precisos y originales, la elegancia en el movimiento de la cámara una
especie de bálsamo, los montajes son inteligentes, las bandas sonoras
formidables. Cada detalle es cuidado hasta el extremo. En esta película,
además, el guion se salpica de frases rotundas que permiten a los personajes
principales creer sin descanso. Todo está preparado para estar al servicio de
la trama principal, de esa historia de amistad a la que me refería.
Ralph Fiennes defiende su papel
con una contundencia, con una solvencia, que tira de espaldas. Maravilloso
trabajo. Le acompaña un Tony Revolori asombroso. Los dos están estupendos. Pero
Bill Murray, F. Murray Abraham, Adrien Brody, Edward Norton, Harvey Keitel, Jude
Law, Willem Dafoe o Jeff Goldblum o Tilda Swinton, entre otros y con papeles
muy cortos, convierten sus intervenciones en algo divertido y extravagante. El
espectador siente que todos disfrutan de lo lindo delante de la cámara.
No puedo seguir sin destacar cómo
nos cuentan la huida de la cárcel de unos presos espantosos, violentos y
sanguinarios (casi todos) que resulta muy, muy, graciosa. Anderson es capaz de
contar lo horrible arrancando una sonrisa del espectador.
El fotógrafo Robert D. Yeoman
busca el color imposible, la luz necesaria para que la realidad se torne
surreal, y la belleza hasta en los objetos más cutres.
Otro aspecto más que interesante
de la película es el narrador elegido. Es el mismo tipo que, en literatura, se
conoce como narrador apoyado. Un escritor cuenta lo que le contó una persona
que encontró tiempo atrás en el Gran Hotel Budapest y que había vivido la
acción en el pasado lejano. Estos filtros permiten a Wes Anderson cierta
versatilidad con las voces y todo tiende a tener un hueco en el conjunto sin
que se le pueda acusar de utilizar puntos de vista erróneos.
Anderson utiliza elementos de
animación que acompañan a los personajes. Consigue con ello que todo se tiña de
cierta melancolía, de esa autenticidad que aporta la fantasía y, sobre todo, de
un humor cristalino magnífico.
La película es muy agradable para el espectador. Y los más cinéfilos disfrutarán con las constantes referencias a Ernst Lubitsch.
Mientras Wes Anderson siga
creando personajes como Monsieur Gustave y su ayudante Zero podremos continuar
reconciliados con el cine.
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