‘Apocalypse Now Redux’: Surfear o morir
Robert Duvall en 'Apocalypse Now Redux' |
Incluso en películas como ‘Apocalypse Now Redux’ el deporte tiene un hueco. En este caso, asistimos a una batalla que se justifica para que algunos de los soldados norteamericanos puedan subirse a su tabla y surfear. Explosiones, disparos, muerte y tablas de surf. El horror, el verdadero horror.
En 1979, Francis Ford Coppola
entregó el espectáculo más abrumador, espeluznante y, si se quiere,
extravagante, jamás filmado. Todo su trabajo, todo su talento y su prestigio se
pusieron en juego durante un rodaje en Filipinas lleno de baches, falta de
presupuesto y problemas diversos por doquier.
Francis Ford Coppola y John
Milius escribieron el guion adaptando (muy libremente) ‘El corazón de las
tinieblas’ de Joseph Conrad. Otra época, otra trama, pero manteniendo buena
parte de la esencia del relato: el regreso del hombre a su estado más primitivo
puesto que todos somos lo mismo desde que el ser humano lo es, aunque
disfracemos nuestra existencia de una forma u otra. Coppola traslada la
historia de Conrad a la guerra de Vietnam, una guerra terrible en la que todo lo
que sucede se confunde y termina siendo una misma cosa.
Del mismo modo que ocurre en ‘El
corazón de las tinieblas’, el entorno es un personaje más, con su propia vida,
con su coherencia, con su propio latido.
El guion es espléndido. Alterna
momentos de acción con otros de cierta tranquilidad, pero sin perder la tensión
en ningún instante. Porque el personaje del coronel Kurtz (Marlon Brando) se va
desarrollando sin aparecer hasta el final. Porque la evolución del resto de
personajes va desarrollándose a la par. No se puede entender al coronel sin
entender y atender a todos los que van apareciendo en pantalla. A todo lo que
se enseña.
Desde el principio, Coppola hace
una declaración de intenciones. El capitán Willard está siempre en el mismo
lugar. Bien porque lo desea, bien porque lo sueña, bien porque, efectivamente,
se encuentra allí. Replegado sobre sí mismo, ardiendo en su propio infierno. En
él. Un hombre que se asoma al abismo de lo que es -Willard lo ha hecho- jamás
regresa. Un abismo en el que todos tenemos parte o la totalidad. Lo sepamos o
no.
Una fotografía impecable, una
banda sonora convertida en símbolo y un despliegue de medios descomunal y bien
gestionado son las señas de identidad de la película. La partitura de Carmine
Coppola es inquietante, profunda; se salpica con temas de The Doors, Flash
Cadillac, Richard Wagner y de The Rolling Stones, entre otros. La fotografía de
Vittorio Storaro logra una conjunción perfecta entre luces, sombras y nieblas,
que resaltan los estados de ánimo de los personajes a la perfección.
En ‘Apocalypse Now Redux’
encontramos escenas inolvidables que ya están colocadas entre las más
importantes de la historia del cine. También otras que no parecen ser
entendidas del todo y son criticadas por romper el ritmo del conjunto sin
aportar nada. Un ejemplo de las primeras es el ataque del regimiento de
caballería. Helicópteros, música de Wagner y, sobre todo, el coronel Kilgore al
frente de sus hombres. Robert Duvall interpreta el papel aportando una
credibilidad impresionante. Y su personaje es el que aclara a Willard
(encarnado por un Martin Sheen extraordinario) y al espectador algo
fundamental: Si Kilgore está al frente de un regimiento nadie puede acusar a
otro de estar loco o de ser un asesino (cosa que ocurre con Kurtz). Kilgore es
capaz de arrasar una aldea para que sus hombres puedan practicar surf, no
permite que un combatiente sea dejado a su suerte salvo que su propio interés
aparezca y todo se reduzca a sí mismo. Es un ser cruel y terrible. Todos en
Vietnam son así.
El ejemplo de zona expositiva no
entendida y criticada con dureza lo encontramos en la que va desde la llegada a
la plantación francesa hasta que Willard y sus hombres la dejan atrás. Son
muchos los que han dicho que es prescindible y que funciona como una
explicación política de la trama. Nada más lejos de la realidad. Tras el ataque
que sufre la lancha (la muerte de un compañero; las cartas que habían recibido
todos excepto Willard que tiene, a cambio, un informe secreto de sus mandos; la
cinta de la madre que escuchamos por encima del resto de sonidos, la pérdida
del cachorro de Lance), los soldados descubren un reducto de lo que fue y ya
casi no tiene relevancia, poemas recitados por niños, una mesa ordenada y
limpia, el discurso vacío del que quiere repetir la historia y está condenado a
ello con los matices imponderables. Descubren una buena parte de la realidad
olvidada entre tanta locura, pero que sirve a Willard para ver otra parte de su
universo (la iluminación es perfecta cuando nos lo enseñan deslumbrado,
atónito), otra parte de la verdad. Todo se repite, todo es lo mismo. Una mujer
viuda interpretada por Aurore Clément (misteriosa y envuelta por un aura
brillante entre lo sucio) representa esa zona del ser humano sensible,
conocedor de lo que es, de lo que fue y de lo que será. Es la normalidad
narrada. Preparar la pipa (seguramente de opio) a Williard, como siempre hizo
con su marido difunto, es el colofón. Y se presenta como casi irreal, tras la
mosquitera, como un fantasma del recuerdo. Destaca, también Christian Marquand
interpretando a Hubert de Marais. Desde aquí, queda claro que el enemigo no es
el ejército de enfrente. Es la propia esencia del ser humano y el entorno, la
naturaleza. La selva se muestra silenciosa, amenazante. Los ataques llegan
desde ella aunque no vemos al enemigo que esperamos. Se va cerrando sobre el
barco, sobre sí misma. A partir de aquí, todo alcanza profundidad,
desesperanza. Un sentido que se forma desde la falta de él. Por tanto, de
escenas flojas o innecesarias no podemos hablar.
Un espectáculo impresionante
salpicado de momentos que deben contemplarse. El paso por el puente Do-Lung; el
campamento en el que se encuentran las chicas Playboy, la ya mencionada carga
de los helicópteros, el poblado de Kurtz. Todo en ‘Apocalypse Now’ tiene
importancia, todo es fantástico y hace mella en el espectador.
G. Ramírez
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