'1917': La gran carnicería en la gran pantalla
La Gran Guerra siempre ha sido la hermana pobre de la II Guerra Mundial; parece que despierta menos interés. Al menos, en lo que a películas de cine se refiere. ‘1917’ era una película necesaria para igualar fuerzas y para poder sumar un excelente título a la lista del género bélico.
La Gran Guerra fue una carnicería
muy difícil de explicar. Millones de jóvenes murieron sin sentido alguno. Tal
vez algún empresario impresentable hizo negocio aprovechando el conflicto, pero
la humanidad perdió mucho por el camino. Si a los muertos en combate, diez millones en el mejor de los casos, les sumamos los fallecidos a causa de la
conocida como ‘gripe española’ en el mundo entero (entre cincuenta y cian millones de
seres humanos) estamos hablando de entre sesenta y ciento diez millones de muertos durante
el conflicto bélico. Se dice pronto aunque representa un desastre monumental,
inaguantable. Algo así solo puede contarse desde dentro. Y eso ha hecho Sam
Mendes en su película '1917'.
El despliegue técnico es de los
que deja atónito a cualquiera. La fotografía es fabulosa, el vestuario exacto,
la peluquería y el maquillaje estupendos, la puesta en escena es una maravilla
y la planificación del plano secuencia, que Mendes no abandona en ningún
momento, es portentoso y se convierte en un vehículo narrativo robusto y definitivo.
Es cierto que el plano secuencia juega un poco en contra del crecimiento de los
personajes, pero es una herramienta perfecta para contarnos la guerra desde
dentro, sin escatimar detalles de todo tipo. El problema de la película no es
tanto ese protagonismo del plano secuencia como las lagunas del guion. No son
definitivas aunque empañan un poco el conjunto. Solo un poco.
El guion de '1917' es muy simple,
cuenta más bien poco. William Schofield (el actor George Mackay encarna este
personaje con una solvencia que le abrirá las puertas de muchos trabajos) y Tom
Blake (Dean-Charles Chapman está bien aunque algo más discreto que su
compañero) deben evitar el ataque, contra las fuerzas alemanas, de un par de
regimientos británicos. Son mil seiscientos hombres los condenados a la muerte si se
produce la ofensiva puesto que la trampa alemana es formidable. Reciben la
orden de ir a dar aviso y van. Son militares. Por el camino suceden cosas y
ninguna es buena. Es la guerra más brutal conocida hasta la fecha. Aunque nos quedamos
sin conocer las motivaciones de los personajes principales. Este es el gran
problema de '1917'. No sabemos cómo crecen William o Tom, sabemos muy poco de
ellos, no entendemos por qué hacen esto o aquello.
La cinta se llena de secundarios
encarnados por actores de primera fila. Mark Strong, Colin Firth, Richard
Madden, Andrew Scott o Benedict Cumberbatch, son algunos de ellos. Y todos
interpretan a personajes que sirven como actantes, es decir, que iluminan a los
principales; sabemos de los protagonistas gracias a la luz que arrojan. Mendes
trata con esto de disimular las carencias del libreto, pero no lo consigue del
todo. Además, algunos detalles del texto se suman para restar al conjunto. Poco
aunque quedan feos en un trabajo tan admirable. Por ejemplo ¿por qué no enviar
la orden de retirada en uno de los aviones que se ven durante la cinta? Las
fuerzas aéreas ya eran una realidad en ese momento. Los soldados alemanes
aparecen como asesinos sin escrúpulos, borrachos y malos militares (no tienen
ni puntería). Cosas de este estilo que no quiero desvelar y que se pueden
perdonar.
Comienza la película y te
envuelve. Los efectos sonoros y visuales son una maravilla. Y, pronto,
comprendemos que Mendes ha elegido la forma en perjuicio del fondo. Eso sí, nos
invita a pasear entre la muerte, la indefensión, la soledad, el dolor, el
sinsentido, el barro, la sangre y si me apuran, el olor a carne putrefacta y
pólvora.
'1917' recuerda a 'Salvar al
soldado Ryan' y las trincheras que nos muestran nos hacen pensar en 'Senderos
de gloria'. Mantiene una tensión narrativa muy parecida a la de estas películas
en su fortaleza.
La tercera batalla de Ypress (es
la que se cuenta en la película) es para lo único que ha servido. Porque nada
que tenga que ver con la guerra mereció la pena.
G. Ramírez
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