‘Whiplash’: Mucho cine y poco jazz
Películas con el jazz presente
funcionando como hilo conductor hay muchas; bandas sonoras repletas de buen
jazz hay muchas; músicos de jazz que han probado suerte en el cine no son
pocos; pero nunca antes me había encontrado por el camino una película que parece
hablar de jazz sin que se hable de jazz. Esa película es ‘Whiplash’ (2014), un
drama escrito y dirigido por Damien Chazelle. Todo en la película parece
envuelto en jazz aunque, sin embargo, no está tan claro que sea así una vez que
nos levantamos de la butaca.
Si hablamos de la película como
un producto más del mercado, no puedo negar que es un trabajo con ritmo que
habla de la competición en la que se convierte la vida llegado un momento
determinado (suele coincidir con ese tiempo en el que fijamos objetivos y
decidimos pelear por ellos).
Técnicamente, la película presenta una factura impecable. Es casi espartana
en todos los aspectos, pero se saca un partido extraordinario de la iluminación,
del sonido, del montaje… En este sentido la película es estupenda. La trama
está bien armada y las interpretaciones son más que notables. El protagonista es Miles Teller que defiende
su papel con mucha solvencia (su personaje es un joven baterista, Andrew Neiman,
obsesionado con triunfar en el mundo del jazz, capaz de dejar atrás todo si así
se consigue llegar a la meta). Por otro lado tenemos a J.K. Simmons que
interpreta el papel secundario. Simmons encarna a Terence Fletcher, profesor de
una de las mejores escuelas de música de Nueva York, terrible, violento y
desalmado con sus alumnos. Simmons está soberbio y su papel pudiera llegar a
parecer una clara muestra de enaltecimiento de la enseñanza brutal para que los
buenos lleguen a ser los mejores. Ya sabe usted, eso de ‘la letra con sangre
entra’. Viendo ‘Whiplash’ no hay más remedio que acordarse de ‘El sargento de
hierro’ o ‘La chaqueta metálica’ o ‘Platoon’. Ese es el nivel.
Por tanto, si hablamos de cine,
todo en orden. Pero la película aspira a ser una película en la que el jazz
tenga una presencia grandiosa de modo que se convierta en un personaje más. Y
aquí llegan los problemas serios.
Y es que el jazz no consiste en
tocar muy, muy, rápido. Eso es una chorrada en la que insiste el director de la
película desde el principio. Y es que el jazz consiste en (de forma muy
especial) improvisar. Es verdad que, como en cualquier otro tipo de música, la partitura
es básica, pero también lo es la improvisación y eso lo olvida Damien Chazelle.
Los estudiantes de la banda de Fletcher parecen autómatas y hacen jazz
encorsetado, difunto. Eso no es jazz, puede ser cualquier otra cosa menos jazz.
A esto hay que sumar la actitud del protagonista ante el aprendizaje musical.
No existe un solo músico de jazz que no haya aprendido participando en las
famosas ‘jazz sessions’, tocando con los amigos y con músicos dispuestos a
poner en común lo que saben.
El protagonista de la película es baterista. Muy bien. Es, junto con el contrabajista, el encargado se construir y sostener una base rítmica fundamental en cada tema, pero no es solista (salvo raras excepciones) y debe ser capaz de reaccionar ante la improvisación de los compañeros de combo o de la big bang o de lo que sea. No se conoce un buen baterista de jazz incapaz de adaptarse, al momento, a lo que llegue. En la película, esto parece formar parte de la ciencia ficción.
Por último, es muy importante
señalar un asunto que llama poderosamente la atención desde el punto de vista
musical. El director insiste en comenzar los ensayos desde compases concretos y
en el jazz esto no funciona así. En jazz se toca el tema desde el principio al
final; como mucho se comienza en un momento concreto buscando corregir alguna
cosa. El director tener en cuenta (la próxima vez) que existen personas que se
llaman músicos y que pueden ver sus películas.
En fin, esta es una película que
se deja ver y gusta, que plantea asuntos muy interesantes en su trama, pero
jazz, lo que se dice jazz, más bien poco.
G. Ramírez
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