'Sacrificio': Contarse a sí mismo
Durante mucho tiempo, Andrei Tarkovski defendió que las imágenes de sus películas, los sonidos que insertaba en cada escena (ya fuera el agua corriendo o el viento soplando), cualquier cosa que enseñase, no eran más que eso, lo que veíamos. Buscar símbolos, buscar significados ocultos que no fueran más allá del propio objeto y cómo lo recibía la capacidad sensorial de cada espectador, era intentar encontrar algo que no estaba. Durante el rodaje de Sacrificio y después, reconoció que esa película estaba llena de esos símbolos. Creo yo que reconocía así que su cine, de forma inevitable, lo estaba. Cosas del arte. Ningún autor, ni en literatura, ni en cine, ni en pintura, ni en cualquier manifestación artística, puede evitar que aparezcan aunque sea muy lejos de sus intenciones. Incluso cuando la intención no existe.
Sacrificio es una de las mejores películas filmadas de todos los tiempos. Es una obra maestra indiscutible. Gustará más o menos, incluso algunos no aguantarán más de quince minutos frente a la pantalla, pero eso no la convierte en mejor ni en peor película. Obra maestra. Sin discusión.
Siendo un niño muy pequeño (Tarkovski), sus padres se separaron. A partir de ese momento vive con su madre, su abuela y su hermana. Según contó el mismo, su casa se sostenía sobre una estructura matriarcal muy acusada. Eso marca al director ruso para siempre. Él se casó en dos ocasiones y, parece ser que su primera mujer era muy parecida a su madre. Quería acaparar la vida de todos, todo giraba a su alrededor. Era como un cuenco en el que la vida de todos cabía. La segunda de sus mujeres fue especialmente incisiva en la vida de Tarkovski. No como la madre, sino desde fuera. Intentaba controlar cada movimiento del director. Debe ser por eso que las mujeres en el cine de este hombre sólo acceden a papeles amables cuando se trata de mujeres que aglutinan la vida de otros para proteger o son esposas sumisas y amantes perfectas de otros personajes. Si no es así, los personajes femeninos en el cine de Tarkovsky desarrollan rasgos inquietantes, casi agresivos. Hary en Solaris desprende una sexualidad que roza lo hostil. Es miedosa en ese aspecto. En Sacrificio, Adelaida (Susan Fleetwood), roza el histerismo; se mueve por la pantalla intentando ordenar el mundo de todos aunque es incapaz de entender y hacerse entender por otros. Su sexualidad es excesiva en todos los sentidos aunque parece guardada en un mundo propio que es inaccesible. Las mujeres ocupan un lugar extraño en el cine de este director.
En Sacrificio (Offret), Tarkovski se cuenta a sí mismo. Sobre esto no hay duda posible. Se trata de una película autobiográfica que, además, muestra con toda claridad a los personajes representando a personas reales de su mundo. Y, como ya he dicho, muchas de las cosas que negó antes de rodar esta película aparecen con claridad como realidades arrastradas en su cine desde mucho antes. Esa negación de lo simbólico es, ahora, una puerta abierta a la interpretación por parte del espectador, según el propio Tarkovski.
Alexander (Erland Josephson) es el protagonista. Es un hombre sin carácter, pero reflexivo, sensible y muy honesto con la forma de entender el mundo y a sí mismo. Después de producirse un desastre nuclear, decide sacrificarse (porque cree en ello) desde su pequeñez para que el mundo vuelva a ser lo mismo. Está convencido de que un esfuerzo personal de cada ser humano modificaría el mundo definitivamente. Es un hombre de cierta edad que, por ello, es capaz de entender las cosas. Y culto. Para él, la naturaleza es la fuente de todo. Es sagrada. Y, desde esa convicción y la capacidad de comprensión que aporta la madurez, comprende que el mundo no puede seguir adelante. Además, no le interesa si su actitud será comprendida o no por el resto de personas. Todo esto es muy de Tarkovski. Muchas veces habló del mundo como algo sagrado, como algo con lo que hay que interactuar.
Las referencias religiosas a lo largo de la película son muy numerosas. Incluso el personaje de Otto ( Allan Edwall) se puede considerar como un ángel bueno que se dedica a anunciar el camino de salvación a Alexander. Él es, por ejemplo, el que le dice que ha de dormir con María (la elección del nombre no es casual; se trata de una mujer bondadosa y comprensiva). La ofrenda no puede ser sólo dejar de hablar. Ha de dormir con ella, con la que vive junto a la iglesia que ahora está cerrada, con la que es bruja (En el buen sentido, dice el personaje; es decir, la que acumula sabiduría. No piensen en pócimas o verrugas en la nariz). Alexander, así lo hará, y (del mismo modo que en Solaris) ambos personajes tendrán una unión mística que acaba con todas las leyes físicas del mundo. Levitan.
Los sueños se superponen a la realidad. En algún momento de la película, no sabemos si el personaje sueña o ve una realidad que nadie ve. Quizás sean estas las zonas más oscuras y difíciles de interpretar. La reflexión personal de Alexander siempre va más allá de la del resto de personajes que son incapaces de entender nada de lo que ocurre. No parecen personas porque no lo son porque les falta ese entendimiento, esa búsqueda de sí mismos, la búsqueda de lo trascendente.
Creo que no es necesario decir que la cámara de Tarkovski va moviéndose con una elegancia descomunal. El trabajo del fotógrafo (Sven Nykvist) es magnífico y la iluminación es la exacta en cada toma. Los planos fijos tienen una longitud perfecta. Todo está bien, en su sitio.
Desvelar algo más de la película o intentar explicar parte de la simbología (eso es como explicar un poema, es como matar un poema) no procede. Esto hay que verlo, experimentarlo.
G. Ramírez
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