'Cinema Paradiso': Allá donde todo pasa y todo es posible
Si algo es capaz de unir a las personas una vez, podrá hacerlo mil veces. Estará desbaratado, olvidado, liquidado; pero estará, en algún lugar estará aguardando su oportunidad. Tan sólo hay que buscar con cariño, olvidando cualquier cosa que distorsione el recuerdo. El cine es una de esas cosas. Lo que lo aman lo saben. Y Giuseppe Tornatore es un convencido de ello.
Giuseppe Tornatore ama el cine. 'Cinema Paradiso' es, entre otras cosas, la muestra de ello. Porque el amor no se
puede fingir y esta película rebosa pasión, un cariño inmenso, por los cuatro
costados.
Tornatore escribió un guion
estupendo y entregó una película deliciosa que habla del cine como elemento
común para los habitantes de un pueblo entero; como canalizador de amistades,
romances y toda clase de experiencias. Pero también enseña los códigos internos
propios del cine que se instalan en la vida del espectador, de cualquier
espectador, sea cual sea su condición. Tornatore habla del cine como forma de
entender el mundo, como posibilidad ante una vida llena de dificultades. Y es
que la magia nos permite elegir caminos que ni siquiera existían antes de pisarlos
por primera vez.
La fotografía de Blasco Giurato
es preciosa. Busca, siempre, el brillo en todas las escenas; un brillo que
termina apareciendo pase lo que pase. Y la partitura de Ennio Morricone es una
obra maestra. Emocionante, profunda, impecable. Por supuesto, la dirección de
Tornatore es excelente, delicada hasta el extremo. El trabajo que hace con
Salvatore Cascio es espléndido. Los niños actores son difíciles y, en esta
película, todo parece sencillo, natural, casi obligado. Philippe Noiret, Jacques
Perrin y Marco Leonardi defienden sus papeles con una soltura inmejorable.
Tornatore deja su sello personal en cada escena, en cada encuadre, en un
movimiento de la cámara que apenas se nota. Impecable.
'Cinema Paradiso' narra la historia
de una amistad y de una pasión, del amor y de la fidelidad con uno mismo.
Alfredo (Noiret) es el encargado del proyector en el cine de un pequeño pueblo
italiano. Salvatore (Cascio, Leonardi, Perrin; niño, joven, adulto) es un niño
emocionado con el cine. Su vida se llena con todo lo que sucede en la sala de
proyección aunque intuye que es en la sala del proyector donde está su sitio.
Alfredo, tras muchas negativas, accede a que el niño le acompañe mientras
trabaja. Se forja, así, una vocación, una profesión y una amistad. Mientras, el
pueblo va evolucionando con el cine como punto de reunión, como lugar en el que
todo pasa y todo es posible. Lo real y lo ficticio que se agarra y se integra a
lo cotidiano.
La tensión narrativa mejora con
el paso de los minutos. Y el tramo final es emocionante a más no poder. Si el
espectador termina con lágrimas en los ojos no es extraño. Aunque no serán
producto de la sensiblería o del ataque a la zona más lacrimógena. No, serán
sinceras porque llegan de la emoción que es capaz de despertar el director
italiano. Cuando algo es auténtico nada se puede criticar.
Otra de las zonas de interés
narrativo la llena la historia de amor que Salvatore (ya es un jovencito)
vivirá con la que él cree que es la mujer de su vida. No terminan formando una
pareja. El romance se hace eterno arropado por el silencio del protagonista.
Del mismo modo, vivirá la amistad de su vida; la que forjó con Alfredo que este
instala en la distancia intentando que el futuro del joven sea el mejor. Sin
embargo, el protagonista no renuncia a nada de ello. De nuevo aparece lo
auténtico en escena. Nada de lo auténtico es intercambiable. Tornatore no duda
en enviar mensajes sólidos y claros.
No faltan en la película escenas
con una carga implícita importante. Hay detalles que hacen evolucionar la trama
vertiginosamente, detalles que justifican las elipsis con una elegancia
pasmosa. Presten atención a las escenas en las que Tornatore centra su atención
en el personaje principal y en las anclas oxidadas que descansan en el muelle.
Primero una, luego decenas. El mundo cambia, el tiempo corre, las personas
emigran a las grandes ciudades; pero en el cine eso puede ser reducido a un
instante. Es magia. En 'Cinema Paradiso' todo es emotivo, reflexivo, evocador.
La película es deliciosa; un
homenaje al cine, a su magia y a nuestra capacidad para dejarnos arrastrar por
ese poder de convicción que sólo la ficción es capaz de aportar a nuestras
vidas. Si no la han visto ya, no tarden en hacerlo. Si ya la vieron, vuelvan a
hacerlo. En cualquier caso, es una experiencia exquisita.
G. Ramírez
0 comments