'Leviathan': El horror es el horror
El año 2014 nos dejó varias películas importantes. Una de ella fue ‘Leviathan’ del realizador ruso Andrey Zvyagintsev. Paisajes salvajes, destrucción salvaje de la sociedad y de un Estado, salvaje viaje a los infiernos de los protagonistas. Película tensa, de ritmo pausado. Película estupenda.
El Leviatán es una bestia que
creó Dios y que se vincula con el mismísimo diablo. Y cuando todo es adverso,
cuando la desintegración del universo se va a producir o se está produciendo,
se denomina con ese nombre al momento crítico. Leviatán es sinónimo de
destrucción, de monstruosidad.
Andrey Zvyagintsev es un
realizador ruso que va creciendo con rapidez. Se le ha comparado en numerosas
ocasiones con Andrei Tarskovsky aunque en 'Leviathan' (2014) tiene poco que ver con
el que ha sido el mejor director ruso de todos los tiempos. Es un buen director,
un buen guionista y su personalidad comienza a ser más importante que los
parecidos. Logra, con este trabajo, mostrar una madurez impecable. La película,
por cierto, tiene mucho que ver con la obra de Thomas Hobbes que los
absolutistas conocen tan sumamente bien.
Kolya (Vladimir Vdovichenkov
defiende su papel con gran solvencia) es dueño de un pequeño terreno donde está
situada la casa familiar en la que vive con su esposa Lilya (Elena Lyadova,
estupenda) y tiene su taller mecánico. El alcalde del pueblo quiere ese terreno
para construir en su propio beneficio. Su abogado y antiguo compañero del
ejército (Aleksey Serebryakov logra una interpretación maravillosa) amenaza al
político para que pague una cantidad importante a Kolya. Y comienzan los problemas.
La acción se desarrolla a orillas
del mar de Barents, al norte de Rusia. Los parajes aparecen como si estuvieran
en plena decadencia, a punto de diluirse. Para ello, el fotógrafo Mikhail
Krichman despliega la paleta de tonos azulados y grises infalibles. Son
demoledoras algunas de las imágenes y nos recuerdan que nos están contando el
éxito de la maldad, del fin. La imagen icónica es la que nos presenta los
restos óseos de una ballena varada que sirve como metáfora de lo que sucede. La
corrupción brutal que todo lo devora (el alcalde del pueblo es un tipo bajito,
gordito, estrábico y muy mala persona; es la encarnación de ese derrumbamiento
político de todo un Estado y de la lucha por mantener su estatus por parte de
lo peor de la clase política), eso es ese anima varado. Pero también es el
callejón sin salida en el que se encuentra la mujer de Kolya obligada a vivir
en un lugar terrible con un hombre al que ha dejado de amar y un adolescente
insoportable. Pero también lo es el abogado que cree que el mundo es lo mismo
que la ley olvidando que el mundo es mucho más que eso. Pero también es un
mundo reducido a un esqueleto inservible que todo lo convierte en inservible. Y
lo es el destino de un adolescente solo en el mundo y que solo servirá para que
otros reciban una ayuda por parte del Gobierno.
El ritmo narrativo va de menos a más. La película es pausada, el realizador se toma su tiempo y termina enganchando al espectador sin compasión. Todo fluye, todo encaja. El horror es el horror y se dibuja a sí mismo con trazo fino y cuidadoso. La cinta contiene momentos formidables: la salida de la iglesia, todos ricos y tranquilos después de escuchar y ser perdonados es impagable. El brazo de la máquina que derriba es miedoso. Por cierto, la Iglesia ortodoxa no sale bien parada en esta ocasión. El cinismo del clero se presenta como algo inmenso y casi ridículo aunque suficiente para mantener un poder al lado de otro poder que le hace intocable.
Philip Glass aporta la partitura.
Como todo en esta película, está construida con poco para decir mucho. Aporta a
la poesía de Andrey Zvyagintsev una solidez indispensable para que el trabajo
se vea rematado.
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