'Anatomía de una caída': El relato y la verdad
¿Existe la verdad? Claro que sí.
¿Importa la verdad? No siempre. Y es que, si no se puede demostrar que algo fue
o es de una forma determinada, la verdad se convierte en duda y deja de ser eso que parece inmutable aunque solemos convertir en otra cosa.
¿Pasaría cualquiera de nosotros
una inspección meticulosa y exhaustiva por parte de un grupo de personas en
busca de eso que no solemos enseñar? Desde luego que no; si diez o doce personas miran con intención de encontrar la cara b de un sujeto, lo encuentran porque todos tenemos un pasado y somos frágiles, cobardes, mezquinos... ¿Una familia es lo que
es o lo que parece? Es lo que es de puertas para adentro aunque para otros es
lo que se quiere enseñar. ¿Sabemos cómo nos relacionamos los diferentes
miembros de cualquier familia? Casi nunca; sólo las situaciones extremas pueden
enseñar realmente lo que tenemos entre manos.
Pues de todo esto quiere hablar
la película de la realizadora Justine Triet ‘Anatomía de una caída’ (‘Anatomie
d'une chute’, 2023) utilizando como vehículo narrativo una caída que no sabemos si es accidental, provocada, voluntaria o cualquier otra cosa. De forma ordenada, lenta, minuciosa, dejando que la palabra
sea lo más importante durante buena parte de la cinta, en muy pocas
localizaciones para no dispersar la atención, permitiendo que el espectador
vaya asimilando lo que le cuentan y pueda tomar partido si quiere o asistir al
desarrollo desde la atención; confiando en el trabajo de los actores y
actrices.
Milo Machado Graner. |
Ordenada porque el montaje permite ir construyendo algo que ha sucedido y que no tiene una explicación clara en un primer momento. Tal vez, tampoco en el último momento. El montaje es ese relato del que también habla la película. Cada personaje tiene el suyo propio y el montaje es, en sí mismo, otro más. El debate sobre la verdad está sobre la mesa desde las primeras secuencias ya que los espectadores generan su propio relato también.
Lenta y minuciosa porque Triet
prefiere tomarse su tiempo para que esos relatos vayan tomando forma, terminen
siendo consistentes o enclenques. Y, a decir verdad, algo más lenta de lo
deseado puesto que en algún momento se alargan demasiado las explicaciones o
los detalles que no terminan de aportar tanto como es necesario en cine. Lenta
y minuciosa para que podamos comprobar cómo es una familia, qué relaciones se establecen
entre padre, madre e hijo (si me apuran la mascota tiene una importancia que no
debemos obviar); lenta y minuciosa para que nos veamos obligados a encajar sin
errores las piezas de un puzle complicado; lenta y minuciosa para que sepamos
que existen situaciones en la vida ordinaria que nos pueden arrasar sin remedio
porque puestos a buscar las miserias del ser humano el resultado es, casi
siempre, que somos culpables de cualquier cosa.
La palabra toma fuerza en la trama llegado el momento. Si el arranque se nutre de una fotografía preciosa firmada por Simon Beaufils, llega el instante en el que la palabra es fundamental. Los implicados hablan, construyen desde un discurso que debe aparentar verdad, con la palabra como único material para cambiar lo que datos objetivos apuntan como verdadero. El guion de Arthur Harari y Justine Triet es, a partir de los primeros quince minutos, esencial. Y está muy bien escrito, se cuenta muy bien todo. También es cierto que algunas intervenciones del fiscal son excesivas y alguna intervención del niño parece más propia de un adulto con mente privilegiada. Sea como sea, buen guion.
Se le podría criticar al trabajo la falta de
localizaciones, lo escueto de la puesta en escena que es casi inexistente. Sin
embargo, una de las cosas que más me han gustado son los distintos encuadres
que nos muestran los escenarios. Con casi nada logra que parezca mucho más de lo
que es. Es cierto que sólo lo que sucede en la primera localización es bonito y
extraordinario, un gusto para la vista. Pero es que el resto forma parte de
esos relatos que crecen dentro de cuatro paredes, oprimidos por un ambiente
feroz con la propia consciencia. Nada distrae a los personajes y nada distrae
al espectador.
El trabajo de los actores y
actrices es fantástico (entre otras cosas por el trabajo de dirección actoral
que es una maravilla). Sandra Hüller encarna el papel protagonista y defiende
cada arista y cada detalle con uñas y dientes; sin duda su mejor trabajo hasta
la fecha. El resto muy bien, controlando el lenguaje corporal, intentando
matizar la acción. Destaca el joven Milo Machado Graner que llega a emocionar
en un par de momentos que podrían parecer hasta ridículos en otras
circunstancias. Todos creíbles. Incluida la mascota, un ejemplar de border
collie precioso que llena la pantalla con la expresión y el color de ojos.
Merece la pena echar un vistazo a
‘Anatomía de una caída’ porque el debate está servido sobre aspectos muy suculentos
de la realidad. Y, por qué no decirlo, sobre si es una buena o una mala
película.
G. Ramírez
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