‘La Restauración’: La reflexión como herramienta para conocer
Lana Aubrey. |
Se ha estrenado, en la Cineteca
de Matadero Madrid, la ópera prima del joven realizador David M. Mateo, ‘La Restauración’;
y el cine independiente de los nuevos realizadores siempre se recibe con
alegría y expectación.
La película, siendo un producto
sorprendente gracias a su factura limpia y su capacidad para generar sensaciones
en el espectador -dada su clara invitación a la reflexión- presenta algunos aspectos
que son casi inevitables si el trabajo es el primero de un realizador o de un
guionista (en ‘La Restauración’ son recién llegados ambos). Se intenta exigir
un esfuerzo al espectador que no siempre está dispuesto a hacer; el equilibrio
entre información y expresividad es escaso y, por otra parte, se incluyen
referencias muy específicas que están sólo al alcance de pocos y que el común
de los mortales deja pasar sin dar importancia. Y así, la narrativa de la
película se puede vaciar por los cuatro costados si el espectador medio decide
no hacer el esfuerzo que se le pide. Estos detalles pueden jugar una mala
pasada. Pero está muy bien que los nuevos realizadores apuesten por su trabajo
sin pararse a pensar en que el espectador quiere pasar el rato frente a la pantalla
o no le interesa un cine que invite a detenerse para reflexionar. Cada tipo de
cine tiene un tipo de espectador.
Lana Aubrey (Izq) y Sonia Almarcha. |
El guion de Laura de Dios es, tal vez, más literario de lo recomendable. Porque, traducido al lenguaje cinematográfico, los gestos de los actores, el lenguaje corporal en su totalidad, o la iluminación, por ejemplo, no son suficientes para explicar bien qué está pasando. Ahora bien, si el espectador entiende lo que ve y escucha (cosa muy difícil dadas las circunstancias que vivimos) es cierto que todo puede tomar un sentido más que interesante. Esa clara invitación a explorar las diferentes capas del relato no deja de ser atractiva y magnética. Sea como sea, algo más de información no hubiera estado mal.
Fiar el éxito de un trabajo a una
sola actriz, como es el caso, es muy arriesgado. Y si esa actriz es nueva en el
ámbito de la interpretación la apuesta es considerable. Si a esto le sumamos
que la actriz no habla ni una palabra de castellano y sólo repite un texto aprendido
en su fonética (el personaje sí habla en castellano), la cosa se pone muy
cuesta arriba. Lana Aubrey es verdad que llena la pantalla y soporta el peso de
todo el trabajo. Llena la pantalla por su belleza aplastante y soporta el peso
de la película desarrollando un arco dramático reducido y efectivo. Es verdad
que, tal y como dice el realizador, se trataba de expresar desasosiego y falta
de comprensión respecto a lo que ocurre y que con una actriz en esas
condiciones se puede conseguir con cierta facilidad. No obstante la dirección
actoral tiene mucho mérito.
Gracias al montaje (elegante e
inteligente) de José Luis Picado podemos ver a la protagonista subir y bajar
las mismas escaleras varias veces, pasear por un pasillo varias veces,
plantarse ante un cuadro para restaurarlo varias veces y charlar sin tener que
mover apenas un músculo varias veces, sin que nos cause demasiado problema. No
es nada malo, ni se trata de un error imperdonable, no, es ser capaz de sacar
el máximo rendimiento a lo que tienes a mano para trabajar. Y es que es más
importante el clima que se crea que lo que le está sucediendo al personaje; en
definitiva, es más importante el trabajo reflexivo y de asimilación del propio
espectador que lo que sucede en pantalla. El espectador se hace protagonista. Es
esto lo más interesante de la cinta y su gran logro. Con muy poca cosa se
obtiene un resultado notable.
El trabajo interpretativo del
jovencísimo Dylan Torrell está muy bien. Con los niños hay que tener mucho
cuidado en esto del cine y Mateo consigue que no se le vaya de las manos el
asunto. Hay que apuntarlo, también, en el haber del realizador.
Dylan Torrell admirando el fresco de Luca Giordano en el Casón del Buen Retiro. |
La fotografía de Willy Jáuregui estupenda. El diseño de sonido de Álex Marais extraordinario y limpio como una patena, un trabajo que se convierte en un elemento narrativo de máxima importancia y un vehículo de transmisión de las sensaciones que se quieren despertar. Y la música de Hugo Race muy acertada para acompañar el guion. Los efectos especiales a cargo de Crafthive Creative de bella factura (la desaparición de la idea que invade la consciencia del personaje principal y que estaba concentrada en el cuadro que restaura es un momento casi mágico de la película).
En definitiva, un comienzo que
deja abiertas muchas puertas a David M. Mateo y que invita a seguir la labor de
este joven autor que puede entregar trabajos interesantes en el futuro.
Nirek Sabal
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