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Dos minutos, cuarenta segundos y una claqueta




Jonathan Rhys Meyers y Scarlett Johansson en 'Match Point'

Muchas películas se vertebran alrededor de un deporte en concreto. Trama y deporte avanzan al mismo tiempo a lo largo del metraje. El deporte es causa y efecto, hace que los personajes crezcan o que se solucione el nudo expositivo. Pero otras veces, el deporte aparece de pronto para hacer que todo estalle y el rumbo narrativo sea otro muy distinto.

Dos de las películas de cine que tienen como pieza fundamental un deporte como herramienta explicativa de todo lo demás, son 'Match Point' y 'El secreto de sus ojos'. Buenas ambas. Extraordinario el papel del deporte en la trama.

'Match Point' o la insignificante frontera entre el azar y el determinismo

Woody Allen en 'Match Point' hace que toda la realidad se enfrente (o llegue) a la tragedia. Además, indaga más que otras veces en ese territorio del deseo que el ser humano transita para convertir los caminos en difíciles o casi imposibles. Si el amor va por un lado, el deseo y la pasión van por otro distinto. Si la vida va por un lado, el deseo va por el suyo. Incluye buenas dosis de frivolidad, de dinero, aburrimiento burgués y vidas ajenas a la realidad por su duplicidad como ya hizo en 'Delitos y Faltas'.

El guion, aunque forzado en algunas zonas, es una muestra clara de cómo se debe utilizar un recurso narrativo en cine. Por ejemplo, las elipsis (son abundantes) están traducidas con una maestría espectacular al lenguaje cinematográfico. La focalización de la acción es la exacta. Un foco más restringido o más grueso desvirtuarían la intención de la voz. Por supuesto, la lección de elegancia en la puesta en escena y al elegir la música es descomunal (la ópera, piezas trágicas que expresan la sensibilidad del ser humano ante situaciones difíciles como no se puede hacer de otra forma, son protagonistas del trabajo. Donizetti, Bizet, Verdi. Impresionante). Allen nos dice que, una vez eliminado el problema, el mundo puede seguir adelante. Con todas sus miserias a cuestas. Eso nos dice. Y nos lo dice bien. Con oficio y rigor cinematográfico.

Y la red de una pista de tenis en la que toca una pelota o su símil utilizando una alianza de oro y una barandilla, son las que dan sentido a todo un relato portentoso.

Pero (ahora llegan un par de malas noticias) todo se empaña ligeramente por unas interpretaciones algo justas (Jonathan Rhys Meyers forzado, Scarlett Johansson forzada como siempre), un casting que no se entiende muy bien y un error de partida en la idea principal. El azar. Se enfoca mal, se resuelve peor y se confunden cosas que nada tienen que ver. Allen cree que entre el azar y el libre albedrío no hay distancia; y que entre esas y el determinismo no hay distancia. Aquí es donde hace aguas la película.

En cualquier caso, hablamos del cine de un genio. Y el aburrimiento es casi imposible.

Ricardo Darín y Soledad Villamil en 'El secreto de sus ojos'

'El secreto de sus ojos' o cómo el hombre se mueve por la pasión. 

Desde que el cine tiene mucho que ver con la informática, encontrar una película con final feliz es extraño; guionistas, directores, montadores, actores y público, tienden a encontrarse cómodos entre desgracias, muertes horribles, monstruos terroríficos y naves espaciales a punto de invadir la Tierra con gran facilidad. Supongo que, entre otras cosas, se trata de aprovechar una oportunidad (imposible hace unos años) que dona la técnica en bandeja de plata.

Antes, el cine entregaba un mundo de ficción que poco o nada tenía que ver con la realidad. Ahora, el cine recrea una realidad dura y hostil, fragmentada igual que las consciencias de los personajes.

Todo ha evolucionado a gran velocidad. Pero siempre quedan esperanzas si hablamos de esto o aquello. Siempre aparece algo o alguien que te hace pensar que lo fundamental queda intacto.

'El secreto de sus ojos' es una de esas películas que te arriman al cine de nuevo o para siempre si el que mira es un jovencito que intenta descubrir el mundo. Espléndido el guion, espléndida la dirección, espléndidos los actores, un maquillaje y un vestuario más que aceptables. Una película de cine, de las de verdad. Espléndido todo.

Un buen número de elementos se unen para contar una historia apasionante. Amor, venganza, suspense, amistad y, sobre todo, el afán por contar. 'El secreto de sus ojos' utiliza todo eso para explicar la importancia de la narración en la vida de cualquier persona. Y no me refiero a la literatura o al propio cine de forma exclusiva. Narrar, narrarse la vida puede, no solo explicarla, sino cambiar, por completo, su fisonomía. Una charla en una cafetería podría servir.

El protagonista se cuenta las cosas tal y como fueron, tal y como quisiera que hubieran sucedido. Hace participar de su relato a otros e, incluso, a sus propios fantasmas. Sabe que un instante modifica la vida de cualquiera. Lo cuenta. Y el mundo estalla ordenando ficción y realidad a su gusto.

Me viene a la cabeza un poema de Luis Rosales que dice: El recuerdo se teje/con doble hilo,/y, de cuando en cuando, se recuerdan cosas/que no han sucedido.

Parece escrito para explicar esta película. Lo bueno de la literatura siempre está al lado de lo bueno del cine.

Y todo esto se cuenta desde las cosas pequeñas, desde lo imposible que es a veces cualquier minucia, desde las personas. En definitiva, desde lo cotidiano. Cine del bueno. Además, sin ordenadores y con final feliz. Amargo aunque feliz. Una mezcla muy difícil de encontrar. El que se acerque por primera vez a la película que no pierda detalle sobre el personaje que encarna Guillermo Francella. Es, sencillamente , emocionante comprobar que un actor es lo que es y no un papanatas moviendo mucho las manos. Es su personaje el que dice algo así como que las personas se pueden ocultar, pero nunca sus pasiones. Y en este caso aparece el fútbol en todo su esplendor. Bello, intenso, poderoso. Para que la película cruce a otra dimensión.

G. Ramírez

Imagen de 'La soledad del corredor de fondo'.

El deporte es una enorme fuente de valores para el hombre. Si algo refuerza el sentido solidario, la amistad o la lealtad, es la práctica deportiva. El atletismo, en el que el ser humano no abandona su medio natural ni puede depender de nada que no sea él mismo, se presenta como las más grande de las manifestaciones deportivas.

El hombre que corre practica un deporte en el que nada ni nadie puede ayudar, en el que no se depende de máquina alguna. Resistir o ser veloz; ser capaz de sobrepasar obstáculos hasta llegar en el menor tiempo posible al final de la carrera. Quizá, por ello, es el deporte rey en los juegos olímpicos. El hombre en su medio natural y frente a sí mismo.

Son muchas las páginas dedicadas a este deporte, muchas las horas de rodaje en el que el atletismo (concretamente las carreras de velocidad, resistencia u obstáculos) ha sido protagonista. Aunque algunas de estas obras resultan más relevantes que otras.

Si centramos la atención en la literatura, nos encontramos, por ejemplo, con un excelente relato de Alan Sillitone titulado 'La soledad del corredor de fondo' ('The lonelines of the long distance runner'). Nos cuentan cómo un muchacho recluido en un correccional tiene que entrenar para ganar una prueba entre centros. La fortaleza del texto no se encuentra en la trama (divertidísima, amena, gamberra y transgresora), lo importante es entender la gran metáfora construida por Sillitone en la que la vida se puede ver como una larga y dolorosa carrera de fondo en la que cada uno de nosotros debe elegir dónde está la línea de llegada, qué recorrido hay que cubrir o si se termina antes de tiempo. Pero, también, una carrera en la que nos encontramos con grandes peligros y grandes retos que debemos superar. La voz narrativa corresponde al personaje principal y eso permite al lector experimentar sin filtros lo mismo que él: pensamiento durante la carrera, la distorsión del tiempo, el sentimiento de soledad, el individualismo, la guerra declarada desde antes de los tiempos entre unos y otros (aquí Sillitone se centra en la lucha de clases que resulta fundamental para interpretar esta carrera que se nos cuenta; es por ello por lo que este texto se convierte en una narración de plena actualidad que removería conciencias entre los lectores). En 1962, se rodó una espléndida película que dirigió Tony Richardson. Tan recomendable como el relato original.

Imagen de 'Marathon Man'.

Otra película en la que el protagonista es corredor de fondo, en concreto de maratón, y en la que podemos observar esa idea de vida como carrera extenuante, es 'Marathon Man'. En este caso nos enfrentamos a un thriller en el que el nazismo toma todo el protagonismo. Con un arranque espectacular, el realizador John Schlesinger nos arrastra al mundo del crimen, de la mentira, de la maldad más absoluta. La película logra momentos extraordinarios y la tensión narrativa se eleva hasta llegar a un climax total. Eso sí, quedan algunos cabos argumentales sueltos. Posiblemente, en la mesa de montaje se tuvieron que descartar secuencias que explicarían algunas cosas. Por otra parte, los amantes de la ópera disfrutarán de un aria de la ópera de Massenet 'Herodiade' ('Oors, O cité perverse') que matiza a la perfección la acción y de parte de la pieza de Franz Schubert 'Der Neugierige' que tanto gustaba a los nazis.

Los amantes del maratón encontrarán otra metáfora de lo más atractiva en este trabajo (no pierdan de vista las imágenes intercaladas del corredor Abebe Bikila en el que piensa el protagonista mientras corre entrenando o escapando de los villanos) y, desde luego, una entretenida película en la que Dustin Hoffman y Laurence Olivier están enormes.

Imagen de 'Carros de fuego'.

Es casi obligado mencionar la película del director británico Hugh Hudson 'Carros de fuego' ('Chariots of fire'). Una serie de atletas británicos preparan su participación en los juegos olímpicos de 1924 que se disputaron en París y terminan obteniendo diversos triunfos. La película obtuvo cuatro premios Óscar en 1981.

Lo que se narra no se ajusta a la realidad histórica y se cometen errores de bulto en el argumento. Y esto no es algo que perjudique a la película (suele ocurrir con frecuencia), pero la intención con la que se cometen esas faltas de rigor sí supone un problema. 'Carros de fuego' se convierte en un panfleto propagandístico en el que se ensalza lo británico cuando, por ejemplo, esas olimpiadas fueron bastante desastrosas para ellos; se arremete contra los franceses para quedar por encima de ellos. Cosas de este estilo. Eso sí, la puesta en escena es primorosa, el vestuario está cuidadísimo, la música de Vangelis resulta inolvidable y el atletismo es el gran protagonista. El atletismo y los valores que el deporte, en general, aportan al ser humano: afán de superación, amistad, solidaridad.

Queda para la historia cinematográfica esa primera secuencia que el fotógrafo David Watkin convirtió en una obra de arte (los corredores entrenan a la orilla del mar y suena la música de Vangelis).

Si son tan amables, acepten una sugerencia de el que escribe: cuando corran; bien por placer, bien entrenando para participar en alguna prueba; no olviden su reproductor de música portátil. Está demostrado que escuchar música (en concreto, clásica) hace que la actividad cerebral permita una capacidad de reflexión mucho mayor. Y esos momentos en los que el ser humano se encuentra en soledad son, cada vez, más escasos. Comenzar con la novena de Ludwig van Beethoven o con algo de Mozart es una buena elección.

G. Ramírez

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