Un tal Lucy Walker firma un documental que retrata la vida de un artista brasileño llamado Vik Muniz, cuyas obras se realizan reciclando materiales, y esta vez ha decidido irse al mayor vertedero del mundo, el cual es un islote por el que solo se puede llegar a través de un puente y que está en Río de Janeiro. Todo muy bonito, los ecologistas están de enhorabuena, pueden sacar el champán. Los snobs y cantamañanas también. Pero yo no soy tonto, tal y como rezaba la promoción de una importante franquicia de hipermercados tecnológicos. Es un documental tramposo, hipócrita, falso, y todos los sinónimos que queráis encontrar del mismo estilo. Vale, lo admito, me salí a los 50 minutos, pensé en algún momento si aquello era de verdad una campaña ecologista, incluso tuve esperanza. Pero no, esta obra no es más que un despropósito egocentrista para hacer lucir y promocionar al llamado artista Vik, haciéndose pasar por mártir, creyendo que va a cambiar la vida de la gente que vive hacinada entre montañas de basura, posando para cámara mientras sus congéneres le hablan como si lo hicieran a una pared, un tal Vik que me la suda si es bueno haciendo su trabajo, porque lo único que quise en los 50 minutos que aguanté en la sala fue darle una buena paliza a ese hombre de sonrisa fría, falsa, estúpida. Lo dicho, ecologistas y snobs, seguid premiando este despropósito en festivales como Sundance, pero para mí, esto no es la realidad, es una publicidad de casi dos horas.
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