Un personaje es lo que piensa, la forma de interpretar lo que le rodea y a sí mismo. Nunca un personaje es lo que hace al margen de su psicología. Centrar los esfuerzos narrativos en que, por ejemplo, se pega un tiro no lleva a ninguna parte. Salvo que sepamos la razón por la que ese personaje se acerca hasta un cajón, lo abre, saca una pistola y se salta la tapa de los sesos. Quedarse pegado a la acción, sólo, es pegarse a la superficie. Y eso supone que la esencia queda oculta en algún lugar desconocido para el observador.
Eso es lo que le ocurre a Milos Forman en Man on the moon. Nos arrastra por un mundo más que interesante dejando que veamos lo que su personaje, Andy Kaufman, hace un día u otro, pero nos niega la posibilidad de saber cómo funciona una mente más que interesante. Jim Carrey, un actor que siempre arrastrará el estigma de histriónico, interpreta el papel de Kaufman a la perfección. Aunque sería más correcto decir que repite lo que hizo Kaufman durante el tiempo en que se centra la acción. Lo hace muy, muy bien. Al acabar la película es casi imposible no ver el rostro de Carrey al pensar en el otro. Y al contrario. Pero eso no es suficiente. Eso es reproducir la vida de otro después de haber visto vídeos. Es una imitación. Si bien la culpa no es del actor sino del director, el personaje se queda en tierra de nadie. Hay un momento en la película en la que el personaje afirma que el mundo para él es una ilusión. Se enuncia el sentido, pero no se desarrolla. Una pena.
Todo esto forma parte de las malas noticias. Superficialidad. Pero las hay muy buenas. Noticias, digo. Evidentemente, aunque el objetivo es erróneo, la dirección actoral es magnífica. Y la interpretación lo mismo. Cada espectador debe saber lo que busca cuando se coloca frente a una pantalla de cine y debe valorar lo que ve desde su propia perspectiva. Habrá algunos para lo que esto de ver una película entretenida sea suficiente. Otros querrán profundizar y preferirán que la acción se centre en lo esencial aunque para ello se sacrifique el entretenimiento. No es mejor ni peor. Tan sólo es una forma de ver cine u otra. Man on the moon es una película que cuenta la historia de un artista de variedades (así le gustaba definirse a Kaufman) que siempre construyó su carrera artística a contracorriente. No miraba al público para saber si le gustaba o no lo que él hacía; no se amoldaba a los patrones que se imponían desde las productoras; intentaba ser él mismo y no el producto comercial en el que se convierten muchos con tal de triunfar. La película cuenta los baches, los altibajos, el sufrimiento del artista. Pero sin profundidad, sin querer llegar al centro del asunto. Vemos hacer cosas al personaje que son muy divertidas, pero sólo eso. Es posible que querer contar todo le gastara una mala pasada a Milos Forman. Es posible. Jim Carrey está muy bien como ya he dicho. Pero se le escapa vivo el personaje. Una pena porque este actor tiene mucho más talento que el que estamos dispuestos a reconocerle. Muchos han dicho que este papel es lo mejor de Carrey. Supongo que intentando hacer un favor al artista. Y lo que consiguen es que su estigma siga con él. Bien arrimadito. Danny DeVito (compartió con Kaufman protagonismo en la serie Taxi) defiende bien su papel y sirve de nexo entre protagonista y acción. Hace de hilo conductor necesario en una trama que sin él (y sin personaje) hubiera sido un auténtico desastre.
La banda sonora es especialmente buena. Incluye, por supuesto, el tema de R.E.M. que da nombre a la película y que se compuso como homenaje a Andy Kaufman.
Iluminación, sonido, vestuario y maquillaje, notables.
El montaje, aunque agradable, encierra ciertos errores. Muchas prisas por contar en poco espacio. Eso representa elipsis exageradas que no hay forma de rellenar por parte del espectador y cierta histeria narrativa.
Ahora bien; si alguien quiere saber si la película puede verse, si es agradable, si merece la pena; el producto cuela. Buena música, Carrey muy bien, un disparate tras otro, momentos emotivos, otros graciosos. Entretenimiento y un punto de ternura. Si tienen suficiente con eso (cosa que, por otra parte, está muy bien) esta es su película.
Frente a un narrador en primera persona el buen aficionado al cine o a la buena literatura debe ponerse en alerta. La razón no es la intención de esa voz narrativa puesto que en un narrador no identificado también la encontramos y, en ambos casos, hay que detectarla para ver correctamente las cosas. No, la razón es otra bien distinta. El narrador en primera persona pretende, siempre, que se le interprete (eso por un lado) y sólo nos mostrará lo que vio en su momento y cómo lo percibió al experimentarlo (nadie puede contar lo que no vivió como si lo hubiera hecho o lo que no sabe). Algo tan aparentemente sencillo se convierte en una gran lacra para el cine o la literatura cuando el autor se lo salta a la torera. Y es mucho más frecuente de lo que todos quisiéramos. Buenos relatos se quedan en nada por esta razón. Amadeus de Milos Forman es un ejemplo de cómo narrar sin meter la pata, de cómo utilizar una voz narrativa con solvencia; de cómo un narrador personaje relata desde su forma de entender una historia que pudiera estar lejana a la realidad, pero que no chirría puesto que, desde el principio, tenemos enfrente las cartas con las que se juega la partida.
Son muchos los que pensaron y siguen pensando que esta película habla de Mozart, de su genialidad, de su personalidad. Y no. Amadeus habla de Salieri, de su mediocridad, de su falta de personalidad cuando se encontraba con Mozart. La cámara acompaña a Salieri durante todo el metraje porque la cámara son los ojos del personaje para el espectador. Todo lo veremos a través de ella. Nos cuenta los éxtasis que vive el músico al escuchar la música de su contrario, al leer sus partituras, al comprobar su capacidad para generar un flujo mental convertido en música. Nos cuenta la entrega de su destino a Dios; su ruptura con lo divino cuando equipara a Mozart con el mismísimo elegido por la deidad para traer su música al mundo. Nos enseña el dolor de alguien que se sabe mediocre e incapaz de acercarse a la genialidad de otro, la locura que eso provoca, el odio que envuelve su vida. Es verdad que, de paso, nos dejan ver a Mozart. Eso es verdad, pero nos lo dejan ver desde los ojos ajenos, los de Salieri. Esto es lo mismo que decir que no vemos nada porque todo se filtra en esa mirada odiosa y resentida del compositor italiano. Forman es hábil y cuidadoso al narrar. Por ejemplo, coloca unos ojos postizos al narrador. Sabe que Salieri no podría conocer las intimidades de Mozart, por ejemplo, en su casa. Y aparece un personaje, la criada que envía Salieri manteniendo el anonimato, a casa del genio. De este modo, todo lo que cuenta (la criada le va pasando información) ya es verosímil para el espectador. A pesar de aparecer un segundo filtro el relato se sostiene sin dificultades. Cada persona al ver la película tendrá que interpretar lo que ve, pero el director ya ha hecho su trabajo. En cualquier caso, la película habla de la envidia.
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