Si en alguna ocasión he tenido la sensación de ser una voyeur (en el sentido de observar las intimidades de otros que nada tienen que ver con lo erótico festivo) fue viendo Cosas que diría con solo mirarla.
Debo reconocer que llevo varios días pensando en qué escribir sobre esta película y que me muevo por la ciudad, arriba y abajo, con una copia en mi bolso. A día de hoy, no sé por dónde empezar.
Tal vez me he transformado, sin apenas darme cuenta, en un personaje que podría aparecer en esa misma película. Una mujer que llega reventada a su casa y desconecta, de todo y de todos, viendo películas que nadie más quiere ver, que las madura mientras pone la lavadora o el lavaplatos y las escribe en una servilleta de papel de una cafetería cualquiera mientras piensa si debería someterse a un chequeo médico o deja que la naturaleza haga su faena, si visita a un abogado o a un psiquiatra, si lleva a sus hijos de colonias o los deja encerrados en su casa durante semanas, si asesinar a su jefe o aumentar las filas del paro. Cosas tan sencillas, como esas, que construyen la vida de la gente corriente.
Transformar lo cotidiano, lo normal o las cosas pequeñas en algo enorme, alejado de los grandes “conceptos”, es lo que ha conseguido Rodrigo García con su opera prima.
Cinco historias de mujeres, unidas por sentimientos de soledad y tristeza y por el barrio en el que discurre la acción. Cinco historias (que tienen un principio y un final) con momentos concretos de la vida de unas mujeres que las transformará, no sé si a mejor o a peor, pero que en todo caso las colocará en un universo que a partir de ese momento va a ser distinto.
No nos mostraran grandes acontecimientos, todo parece muy cotidiano pero es que, en realidad, nada lo es.
A mediados del siglo XIX, Ada (Holly Hunter), una mujer diminuta enfundada en una rígida indumentaria victoriana llega en barco desde Escocia con su pequeña hija Flora (Anna Paquin), sus pertenencias, y un piano a una playa de Nueva Zelanda. Ada decidió dejar de hablar a los seis años. Se comunica a través de un cuaderno de notas que lleva colgado del cuello y de Flora, que interpreta sus signos. Ada espera toda la noche en la playa la llegada de Alisdair, (Sam Neil) un hombre al que no conoce y con el que se ha casado por poderes en un matrimonio arreglado. Alisdair la escruta con cierto reparo antes de conducirla a la casa en que convivirán como marido y mujer y de ordenar el abandono del piano en la playa porque considera inviable su transporte. Ada es una mujer que no se doblega. Acude a la casa de George, un blanco semisalvaje integrado en la cultura maorí, (Harvey Keitel) y le pide que le acompañe hasta la playa donde desembarcaron. De mala gana, George accede a su petición y cuando llegan, Ada toca introduciendo sus manos en el teclado a través de los listones de madera de la caja que lo contiene mientras Flora baila en la orilla. George da vueltas alrededor. Al anochecer, madre e hija emprenden el camino de regreso. George las sigue a distancia y lo hace pisando sobre sus huellas.
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