Frente a un narrador en primera persona el buen aficionado al cine o a la buena literatura debe ponerse en alerta. La razón no es la intención de esa voz narrativa puesto que en un narrador no identificado también la encontramos y, en ambos casos, hay que detectarla para ver correctamente las cosas. No, la razón es otra bien distinta. El narrador en primera persona pretende, siempre, que se le interprete (eso por un lado) y sólo nos mostrará lo que vio en su momento y cómo lo percibió al experimentarlo (nadie puede contar lo que no vivió como si lo hubiera hecho o lo que no sabe). Algo tan aparentemente sencillo se convierte en una gran lacra para el cine o la literatura cuando el autor se lo salta a la torera. Y es mucho más frecuente de lo que todos quisiéramos. Buenos relatos se quedan en nada por esta razón. Amadeus de Milos Forman es un ejemplo de cómo narrar sin meter la pata, de cómo utilizar una voz narrativa con solvencia; de cómo un narrador personaje relata desde su forma de entender una historia que pudiera estar lejana a la realidad, pero que no chirría puesto que, desde el principio, tenemos enfrente las cartas con las que se juega la partida.
Son muchos los que pensaron y siguen pensando que esta película habla de Mozart, de su genialidad, de su personalidad. Y no. Amadeus habla de Salieri, de su mediocridad, de su falta de personalidad cuando se encontraba con Mozart. La cámara acompaña a Salieri durante todo el metraje porque la cámara son los ojos del personaje para el espectador. Todo lo veremos a través de ella. Nos cuenta los éxtasis que vive el músico al escuchar la música de su contrario, al leer sus partituras, al comprobar su capacidad para generar un flujo mental convertido en música. Nos cuenta la entrega de su destino a Dios; su ruptura con lo divino cuando equipara a Mozart con el mismísimo elegido por la deidad para traer su música al mundo. Nos enseña el dolor de alguien que se sabe mediocre e incapaz de acercarse a la genialidad de otro, la locura que eso provoca, el odio que envuelve su vida. Es verdad que, de paso, nos dejan ver a Mozart. Eso es verdad, pero nos lo dejan ver desde los ojos ajenos, los de Salieri. Esto es lo mismo que decir que no vemos nada porque todo se filtra en esa mirada odiosa y resentida del compositor italiano. Forman es hábil y cuidadoso al narrar. Por ejemplo, coloca unos ojos postizos al narrador. Sabe que Salieri no podría conocer las intimidades de Mozart, por ejemplo, en su casa. Y aparece un personaje, la criada que envía Salieri manteniendo el anonimato, a casa del genio. De este modo, todo lo que cuenta (la criada le va pasando información) ya es verosímil para el espectador. A pesar de aparecer un segundo filtro el relato se sostiene sin dificultades. Cada persona al ver la película tendrá que interpretar lo que ve, pero el director ya ha hecho su trabajo. En cualquier caso, la película habla de la envidia.
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