Entre algodones. El piano.
George es ignorante y analfabeto, pero no ha salido indemne de la escena de la playa. Ha sabido percibir el microuniverso de Ada, su emoción, la expresión de sus sentimientos a través de la música que toca y le cede 80 acres de tierra a Alisdair a cambio del piano. Seguramente intuye de forma irracional que poseyendo el piano, poseerá el alma de Ada. Sin embargo, George no puede hacer nada con él. No sabe tocarlo. El trueque con Alisdair incluye las clases de Ada. En la primera clase George le dice que no quiere aprender. Sólo quiere escuchar. La escucha. La observa. Pronto le propone un trato: le devolverá su piano tecla a tecla, una por cada visita en la que mientras ella toque el piano, él pueda tocarla.
El Piano es un regalo del cine para guardar entre algodones y acariciarlo de vez en cuando: dramatismo, lirismo, erotismo, guión, interpretación, personajes, fotografía, música. Poco más podemos pedir. Nos regala además una historia de amor, celos y deseo que si bien desencadena una tragedia, es de una belleza y una plasticidad extraordinaria mientras se desarrolla. Los desnudos de Harvey Keitel y Holly Hunter son probablemente lo más artístico que he visto en cine. El Piano nos muestra cómo viven la enfermedad del deseo tres personajes distintos desde tres posiciones distintas: Alisdair, Ada y George. Me quedo con el de George.
El deseo es el anhelo afectivo de saciar una apetencia y con frecuencia se nos muestra como un estado de exaltación, de pérdida de control, de desenfreno, de aceleramiento. Es cierto que todo lo anterior son manifestaciones habituales de la enfermedad del deseo. Pero en El Piano, el deseo de George se nos muestra como un estado de postración. George no intenta ni siquiera aliviar su sufrimiento. Cae en el mutismo, la inhibición. No puede dormir, no puede comer. Su melancolía es el resultado de una enfermedad sobrevenida por causa de una pasión que sabe que va a destruir su salud y su alma. Y lo acepta sin aspavientos.
Personalmente, El Piano me regala una escena para guardar para siempre en la memoria: la escena final, la escena más luminosa de toda la película que deja ver apenas una parte del porche de una casa de madera blanca que se intuye junto al mar, en la que Ada, cubierto el rostro por un velo, y con un dedo de metal aprende a hablar mientras Georges la observa y juega con ella. Se tocan. Ada sonríe.
¿Será que debemos pasar por una mutilación para encontrar la felicidad?
© Del Texto: pyyk
Diane Schuur & B. B. King – You Don´t Know Me