Una confusión, por pequeña que sea, puede cambiar la vida de cualquiera. En realidad, la vida sigue su curso entre millones y millones de pequeñas o grandes confusiones. Todo es confusión en un universo que queremos ordenar y nos lleva ventaja en todas las ocasiones.
Esto podría ser excusa para grandes discusiones sesudas y eternas o, por el contrario, convertirse en una de las mejores películas de suspense de la historia. Alfred Hitchkock se decantó por la segunda de las opciones afortunadamente para todos. Con la muerte en los talones es una película fantástica por su ironía, por su ritmo, por lo bien contada que está; por las interpretaciones de Cary Grant, Eva Marie Saint (a decir verdad, algo sosita) y James Mason; por uno de los mejores guiones escritos para una película de suspense (lo firmó Ernest Lehman huyendo de las trampas, de escatimar información y esas cosas que se suelen hacer en este tipo de películas y son un insulto a la inteligencia del espectador) y por ser uno de los rodajes mejor diseñado de la historia del cine.
La dirección de actores de Hitchkock es soberbia. Logra que Eva Marie Saint pase desapercibida (insisto algo sosita) y eso es todo un éxito. De la interpretación de Cary Grant saca petróleo (este actor tenía unas limitaciones muy importantes al defender cualquier papel que se le diera).
La elección de los escenarios aportan una grandeza a la película que no tendría (seguramente) si se hubiera rodado con otros diferentes.
El punto de vista, como siempre fue en las películas de Hitchkock, es el exacto.
En fin, todo en su sitio. Brillantez.
Un ejecutivo del mundo de la publicidad se ve envuelto en una trama peligrosa por una confusión. Alguien le reconoce como un agente de la CIA que, ni siquiera, existe (el agente porque, desgradiadamente, la CIA existe y mucho). Esto le lleva a huir acusado de robo, de asesinato y de cualquier delito que ocurra cerca de él. En esa huida conoce a una mujer bellísima, sosísima y misteriosísima, que será fundamental en el desarrollo de las peripecias del pobre ejecutivo. Y a los malos. También va conociendo malos que quieren acabar con su vida. Kilómetros de escapada, intentos de asesinato, asesinatos terminados, agencias de inteligencia, aviones estrellados o una persecución por el Monte Rushmore, son algunos de los ingredientes de la trama.
Cada uno con sus debilidades. Una de las mías, el cine americano de los años 40 y 50. Eso no es nada significativo. Mañana puedo darme un atracón de Nouvelle Vague y decirles que no puedo resistirme al cine francés, que Alain Resnais, Jean-Luc Godard y François Truffaut son la Santísima Trinidad y si pasado me doy un paseo por el panorama nacional soy capaz de jurar que no hay nadie mejor que Luis Escobar, Alfredo Landa y Gracita Morales.
Pero si bien no es significativo, si que puedo decir que “Historias de Filadelfia” es una de mis películas favoritas. Lo tiene todo, una historia que me divierte, unos actores que lo bordan y la capacidad de dejarte un buen sabor de boca sin empalagar.
La trama se centra en 1939, durante el transcurso de 24 horas, en una mansión señorial de Filadelpia (Pensilvania). Narra la historia de Tracy Lord (Katharine Hepburn), hija de una familia acaudalada, muy conocida en la ciudad, divorciada de C.K. Dexter Haven (Cary Grant). Tracy es indómita, caprichosa, vanidosa, con un fuerte temperamento. Trascurridos dos años del divorcio de su primer marido C.K. Dexter, está a punto de contraer matrimonio con George Kittredge (John Howard), un hombre oscuro, aburrido y mediocre.
El hilo conductor de la película lo conforma el carácter obstinado de Tracy y las ganas de desquitarse de Dexter que, para fastidiar a su exesposa, se pondrá de acuerdo con una revista del corazón (“Spy”), para que un periodista Macauley “Mike” Connor (James Stewart), junto con la fotógrafa Elizabeth “Liz” Imbrie (Ruth Hussey), tengan acceso a la mansión de Tracy, el día antes de la boda.
A lo largo de esa única jornada que discurre en la mansión de Tracy Lord, comienzan las situaciones confusas en las que la protagonista llegará a creer que tiene que elegir entre un novio del que no está enamorada, un admirador entrañable y un exmarido que la irrita con sus desaires pero del que en el fondo sigue enamorada.
Estamos frente es una comedia romántica basada en la obra de teatro del dramaturgo Philip Barry “The Philadelphia Story” escrita en el año 1939. Esta película le valió a James Steward el primero de los dos Oscars que recibió a lo largo de su carrera. Por otro lado, Katherine Hepburn (la mejor) bordó su papel de millonaria caprichosa e indolente en apariencia.
A modo de anécdota contar que Howard Hughes, compró los derechos de la pieza teatral como regalo para su amiga Katherine Hepburn, para que pudiera interpretar un papel lo suficientemente femenino que la ayudara a deshacerse de su fama de mujer poco femenina y descaradamente osada. K. Hepburn intentó desde un principio “colar de rondón” a sus amigos Clark Gable y sobre todo a su querido Spencer Tracy, pero finalmente recayó el papel en Gary Grant, por imposibilidad de agenda de los anteriores, lo cual, en realidad, fue una gran suerte para la propia película.
En este sentido puedo decir que la estrategia de Hughes falló estrepitosamente. Para mi la Hepburn siempre será esta mujer encantadoramente descarada en la que mirarse. La fuerza, personalidad y genio que trasmite esta actriz ha sido pocas veces superada. Nada voy a decir en cuanto a su fama de mujer poco femenina pues, posiblemente, eso obedezca a los cánones de las épocas, pero siempre he pensado que nadie como ella lució unos pantalones de talle alto y una camisa de hombre. Si no me creen busquen sus fotografías en Internet tienen miles) y verán como terminan dándome la razón.
La película es una comedia romántica de enredo, en la que desde el inicio se intuye la lucha de sexos y crítica social a ese grupúsculo ocioso que conforma la alta sociedad americana de la época.
En la primera escena del film, el punto y final del matrimonio de Tracy y Dexter. La primera rompiendo, en la puerta de la mansión, un palo de golf de Dexter y éste, irritado, la empuja hasta tirarla al suelo. Hoy en día, esta imagen no pasaría el filtro de lo políticamente correcto, por aquello de la violencia sobre la mujer. Sin embargo, pese a ello (quizás porque no soy nada correcta políticamente hablando), es muy buena por lo graciosa que resulta y porque no deja de ser el reflejo de lo que en aquellos momentos podía hacerse y hoy en día continuamos deseando hacer cuando se monta la marimorena matrimonial. No pasa nada.
Sin embargo, es cierto que el tiempo no pasa en balde para nadie, ni siquiera para las películas y lo que en su momento podía parecer desternillante, a la vista de hoy puede no parecerlo. No nos resulta extraño que actualmente tenga un carácter fuerte e indómito de una mujer, que eso nada tiene que ver con la feminidad. Pero en los años 40, cuando se rodó el film, estas circunstancias no acostumbraban a ser lo habitual.
Hepburn, con su personaje y en definitiva con su vida (vale la pena empaparse de su historia junto a Spencer Tracy), demuestra que los convencionalismos sociales sirven de poco cuando uno es como es. A eso me apunto, aunque a veces tenga que hacer grandes esfuerzos para ello.
Por último, destacar la música de este film, en concreto a Franz Wazman con “Main Title”, “MGM Fanfarria” y”The True Love”. Añade 2 canciones ajenas (“Lydia, The Tattooed Lady” y “Over The Rainbow”) y la marcha nupcial de Mendelssohn.
Si quieren ver una buena película, de cine clásico, con una trama no sólo inteligente, sino bien resuelta, no dejen de ver esta película. y si quieren conocer a una actriz como la copa de un pino no olviden leer y ver, todo lo que puedan de mi adorada Katherine Hepburn.
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