Para que quede claro y antes de empezar, The limits of control es infumable y no se la recomiendo a nadie a no ser que tenga un poco de curiosidad. Ni siquiera esto pretende ser una crítica propiamente dicha. A lo que voy, no me gusta el cine vestido de falsa trascendencia y snobismo que algunos autores se dan, sobretodo en estos tiempos. Y Jim Jarmusch es uno de esos directores/guionistas que odio desde lo más profundo de mi ser. Todos sus guiones me parecen pedantes, cosa que no puedo decir de la realización; pero lo último sin lo primero, como todo, se queda cojo. Sus películas se quedan en una especie de limbo, existen, pero ya está, no se salva ni una. Quizás vi un atisbo de cine en Ghost Dog o Bajo el peso de la ley, pero solo eso. Sin embargo, al contrario de lo que me pasó con sus anteriores filmes, The limits of control es uno de mis bodrios favoritos. Realmente es una película sin argumento, un tipo llega a España y se va encontrando cada 20 minutos con un personaje diferente, le suelta un rollo vestido de falsa trascendencia y una caja de cerillas con el siguiente objetivo y así hasta que llega a un final donde el malo es Bill Murray, se suelta el discurso pedante escrito por Jarmusch en el que no sé muy bien si se critica a sí mismo, si critica a los snobs que tanto odio o si critica a los españoles, vaya usted a saber. Ah si, se me olvidaba, el protagonista (Isaach De Bankolé) no habla durante toda la película, sus página de diálogo se reduce a tres líneas como mucho, poner cara de palo con envoltura de meditación antes de cometer su ¿venganza? ¿encargo?, tomar cafés de dos en dos, y poco más. Lo sé, os he destripado las dos horas que dura la película, pero eso poco me importa porque no la vais a ver. Pues eso, que tal cual empecé a ver este despropósito la terminé. Como el protagonista, mi cara era de palo, más que la de Keanu Reeves(si, tengo una fijación fetichista con este actor, pero no hemos venido hablar de sus peliculas). Film pausado donde los haya, anodino es quedarse corto, eso sí, envidio ese minimalismo impreso a fuego en toda la película, desde el vestuario a la decoración de los lugares elegidos, pasando por la caracterización de cada uno de los secundarios, todos muy diferentes entre sí, Tilda Swinton es la que más me llama la atención. La música también es bastante destacable, incluso para escucharla aparte. La fotografía me parece sublime.
En definitiva, es una gran lacra que la película sea técnicamente perfecta para tan farragoso, estúpido y pedante guión. Y lo peor de todo, es que los españoles somos gilipollas (en la película y detrás de ella), me imagino yo a los cuatro idiotas de turno…’’Oh, viene Jarmusch a rodar aquí, vamos a ponerle en bandeja todo, las localizaciones y todo lo que haga falta, que pagan muy bien estos americanitos’’, luego ves por ahí un chaval que quiere hacer un corto en un metro y tiene que pedir ochocientos mil permisos y encima pagar dos riñones y parte de un pulmón. Un chaval español. Sí de aquí, aunque tenga una idea cojonuda le ponemos mil peros y obstáculos. Manda huevos. Así va nuestro cine, sin ayudar a nuestros jóvenes. Lo mismo pasó cuando vino Woody Allen e hizo un bodrio de película de la que ni me quiero acordar. The Limits of control es infumable, pero me gustó. Tiene su encanto, es un buen somnífero. Cuantas contradicciones se hallan en mi cabeza ahora…
Podemos construir la vida sobre una montaña de palabras grandilocuentes, gruesas e inmensamente falsas y que esa vida sea absolutamente hueca. Pero podemos construirla partir de silencios cómplices, de miradas que se encuentran en medio de la nada, dando ambos aquello que ninguna otra cosa, por explícita que sea, nos puede entregar.
“Lost in Traslation” es precisamente una de las películas donde los silencios y las miradas son los protagonistas de la historia de dos personas, que no saben nada uno del otro, que son tan absolutamente distintas, que lo único que tienen en común es la brutal soledad que les acompaña y un destino incierto. Perdidos en sus respectivos universos. Sólo cuando se encuentran el uno al otro, en medio de un mundo en el que no entienden anda, son capaces de empezar a volver a retomar sus vidas.
Bob Harrys (Bill Murray), una estrella de cine en franca decadencia, con un matrimonio en punto muerto, conoce en el hotel en el que se hospeda, en Tokio, a una joven mujer, Charlotte (Scarlette Johansson), esposa de un fotógrafo absorbido por su trabajo. Entre ellos se iniciará una relación, que les permitirá no sucumbir a una vida que no les gusta, a un insomnio imposible de redimir y a sus respectivas inestabilidades.
La primera vez que vi esta película atravesaba un momento triste, no entendía nada de lo que ocurría alrededor mío y tenía la sensación de vagar de un sitio a otro sin saber hacía donde iba. Por eso, supongo, me pareció que no se podía reflejar mejor la pérdida de uno mismo. Alucié con Sofia Coppola, porque pensé que sólo alguien que se ha sentido perdido puede plasmar como ella lo hizo, esa sensación de naufragio personal.
Los elementos con los que juega Coppola son brutales. Una ciudad con una vida constante, sobrepoblada y dos personas en medio del caos urbano que no comprenden nada de lo hay a su alrededor, que no encajan con lo que les rodea. Las caras de Bill Murray, sobre todo al inicio de la película, no tienen precio. Permanentemente descolocado, perdido entre un mundo que se mueve ajeno a él. Un convidado de piedra. Scarlette Johansson, la permanente cara de tristeza, en una vida caótica, perdida, es difícil de superar.
Los símbolos, como digo, me parecen fantásticos: unos directores de publicidad que no se entienden con su actor. Un actor que no entiende nada de lo que dice. Una habitación con mecanismos que funcionan solos sin que su morador haga nada. Una habitación de hotel desordenada que nos muestra la provisionalidad de todo. Los protagonistas permanentemente solos salvo los momentos en que están juntos. Y todo lo ajeno, rozando lo ridículo, traductores que traducen lo que quieren, prostitutas de lujo que fingen ser virtuosas damas, cantantes de jazz que no pasan de ser caricaturas de si mismas. Me parece brutal.
Con el tiempo volví a ver la película. Atravesaba un momento más dulce y alguien me ofreció una lectura completamente distinta. Algo así como que en la pérdida está la ganancia, la posibilidad de dar con lo verdaderamente valioso y excepcional.
Andamos perdidos por el mundo, pero los encuentros casuales te pueden dar la vuelta como un calcetín. De repente muchas cosas cobran sentido, entiendes el punto en el que te encuentras y comprendes que debes empezar a caminar hacia algún lugar que, hasta entonces, tal vez ni tan siquiera sabías que existía. Si alguien es capaz de devolverte la risa, de hacerte creer en ti mismo, de proporcionarte motivos para quererte un poco más, has tenido suerte, la vida se te ha puesto de cara.
Me gustaría quedarme permanente con esta visión, pero el final de “The lost in Traslation” me devuelve a la realidad de lo fugaces que pueden ser las risas, de lo finos que son los caminos que nos llevan de un lugar a otro, y de la necesidad permanente de reencontrarnos con nosotros mismos porque, este nosotros es el único que permanecerá, por siempre más, junto a nosotros, lo demás todo es efímero.
Por último, no se pierdan la fotografía, las vistas de Tokio, la atmosfera que crea Coppola, es una maravilla más de las que se encierran en esta película en la que, puntualmente, seguiré pensando, pues en mi mundo se encierran Bob y Charlotte en un encadenamiento infinito de pérdidas y reencuentros.
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