Ya no tengo esperanzas en el cine palomitero, ni de entrenimiento o de masas (elijan cualquiera de las tres concepciones, me da igual). O el mundo ha cambiado mucho, o cada día vamos a peor. Y es que este tipo de cine, aparte de que ya no es original (lejos quedan los magníficos 80, lo sé), está tocando a su fin, o eso pienso. Porque viendo las carteleras me siento insultado intelectualmente con propuestas que bien podrían pasar por alguien de la edad de un niño que ve los Teletubbies.
Para ser claro y directo, ahórrense lo que vale la entrada de cine para ver esta película. Todavía no sé cómo semejante despropósito de historia ha llegado a ver la luz. La Twenty Century Fox cada día se supera más, ya lo hizo cargándose el mito de Alien y Predator con sus versus, y encima dos películas… y no contento con eso, querían hacer resurgir una tercera entrega de la saga Predator. El proyecto en un principio se perfiló como algo a tener en cuenta ya que una de las cabezas visibles era Robert Rodriguez (esta vez como productor ejecutivo), aunque la dirección de Nimrod Antal, y el guión de unos desconocidos Alex Litvak y Michael Finch daba que pensar. Conforme fue pasando el tiempo, y desvelándose la lista de intérpretes y demás parafernalia, se fue desinflando la idea de un renacimiento de la saga, acabando en lo que ya se sabe: una completa bazofia que no hay por donde cogerla.
El argumento: Una serie de mercenarios son secuestrados para llevarlos a un planeta lejano que en realidad es un coto de caza para los Predators. Ya sabéis, muchos tiros, sangre, gritos, carreras y poco diálogo. Todo esto estaría muy bien si el guión tuviera algo de original, pero la trampa reside en que para los que nos gustó la primera Predator con Arnold Schwarzenegger y sus camaradas con músculos en las cejas y humor macarra, esta secuela se intenta adueñar de la nostalgia del espectador para crear situaciones que son prácticamente un plagio, pero un plagio malo, horrible, basura, mal dirigido y escrito. Y es que Nimrod Antal intenta copiar la dirección de John McTiernan y no le llega ni a la suela de los zapatos. Lamentable. Como lamentable también es el reparto…¿quién se cree que los protagonistas, salvo Danny Trejo, son mercenarios?
Un abuelo cocainómano y aficionado a la pornografía al que han acabado echando de la residencia. Un hermano adolescente que odia a todo el mundo y lee a Nietzsche sumido en un riguroso voto de silencio hasta que consiga entrar en las Fuerzas Aéreas. Una sufrida madre sobrepasada por el diario de su vida a pesar de lo cual consigue mantener a su familia unida. Un tío, el mayor experto en Marcel Proust de los Estados Unidos, que lleva las muñecas vendadas después de no haber sido capaz de superar el desengaño amoroso con uno de sus alumnos. Y un padre que fracasa en su intento de editar un libro de autoayuda sobre cómo conseguir el éxito en sólo nueve pasos.
Esta es la familia de Olive Hoover. Una niña con gafas de pasta y unos cuantos kilos de más por la que todos emprenden un viaje a contrarreloj de 1.300 kms. hasta California para que Olive participe en lo que es el gran sueño de su vida, un concurso de niñas belleza: “Pequeña Miss Sunshine”.
He leído que Michael Arndt, el autor de este guión se inspiró en unas declaraciones de Arnold Schwarzenegger afirmando que le daban asco los perdedores y que los despreciaba profundamente. Arndt quiso ahondar en esta idea vacía de contenido y digna de ser satirizada en una cultura en la que se premia el éxito por encima de ninguna otra cosa y a cualquier precio. Para ello, se sirve de unos antihéroes que nadan a la deriva en el fracaso de sus vidas y que acaban siendo vencedores de una pequeña historia personal.
- “Abuelo, tengo miedo de fracasar”, dice Olive.
- “Un fracasado es alguien que tiene tanto miedo de no ganar que ni siquiera lo intenta”.
No existen ganadores y perdedores. Lo importante es el afán de superación, saber hacia dónde vamos y no dejarnos en el camino las pequeñas cosas que son lo más valioso de la vida; una afirmación que ya no habría que discutir y que debería ser declarada como una ciencia exacta. Arndt firmó algún ejemplar de su guión con la siguiente dedicatoria: “Divertirse es mejor que ganar”. Me sumo: sin duda, a veces es mejor perder.
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