Todos los amores se tiñen de lo que pasó antes. Miedos, recelo, angustia o prudencia se heredan de relaciones anteriores a la que se vive. Y todas las relaciones son muy parecidas. Comienzan bien y terminan mal. Porque todas acaban. Pronto; a mitad de camino por cansancio de una de las partes o de las dos o de las tres; o por muerte de uno de los enamorados. Como el amor es cosa de uno (nunca de dos), como en el amor das o recibes lo que puedes entregar o lo que están dispuestos a entregar, como esto es lo que es y está todo inventado (aunque los enamorados crean que lo inventan cada día), pues pasa o que pasa. Acaban mal. ¿O acaban bien? Tal vez sea al contrario. Claude Lelouch filmó, a mediados de los años sesenta, Un hombre y una mujer. Una excelente película que habla más de lo que rodea una relación sentimental que de la propia relación. Por eso, por no caer en los clichés habituales de este tipo de películas (rozándolos, eso sí) consigue una propuesta original y muy efectiva. Salva ese escollo que pondría en peligro su propuesta con un uso de la voz narrativa más que sobresaliente. El peso de la narración va pasando de un personaje a otro aunque mantiene, con claridad y sin fisuras, el protagonismo de un narrador que reúne la conciencia de los dos personajes principales. Esto se llama narrador de alternancia limitada (lo digo para los amigos de coleccionar nombres y esas cosas). Para ello utiliza el recuerdo de los personajes en forma de imagen y sin su intervención (hablada) directa, los cambios de la imagen que va del color al blanco y negro y una voz en off totalmente explicativa que soporta el hilo narrativo cuando Lelouch explota el entorno de los personajes. Conocemos los amores anteriores, que tanto marcarán el que se establece entre los personajes, a través de imágenes recordadas por ellos (en color cuando la felicidad es el estado más habitual de la pareja, en blanco y negro cuando esa relación se puede truncar o desaparecer). Veremos cómo la nueva relación va construyéndose siempre en blanco y negro (es una tragedia). La voz en off explicará qué pasó realmente puesto que los personajes no pueden saberlo al encontrarse en situaciones extremas. En fin, un entramado narrativo de lo más elaborado. Sorprende que el recuerdo de ella, incluso cuando trae la tragedia a cuestas, no pierde el color. Pero se justifica cuando comprobamos que ese amor no desapareció con la muerte de su marido. Ella siente que su marido está vivo.
Fellini, un monstruo. Me encantan las películas de Federico Felllini. Nada tienen que ver con el cine que vemos actualmente.
He perdido la cuenta de la cantidad de veces que he visto una de ellas, La Dolce Vita. Debo decir que la primera vez fue en un cine de barrio, de sesión continua. Como al cine íbamos la familia al completo y las edades eran muy dispares, la elección del cine siempre dependía de que hubiera una combinación de dos películas, una que pudiéramos tolerar los más enanos y otro que no durmiera a los adultos. Por eso hay algunas películas que vi cuando no tocaba. Un niño no puede ver esta película, más que nada porque no entiende una palabra y lo más que puede pasar es que cuando pretendas volver a llevarlo al cine se ponga a llorar desconsoladamente. Pero las cosas eran así.
Volví a ver la película cuando ya existían los videos y las cintas eran de VHS, Betamax y sistema 2000. Era un viernes por la noche. Un cine fórum organizado con finalidades nada cinéfilas y que terminó siendo una maratón de películas. Y fue a partir de ese momento cuando mi visión de La Dolce Vita cambió estrepitosamente.
Es una película con muchas películas en su interior, como si estuviera compuesta por distintos capítulos: Los días y noches de Roma vistos a los ojos de Marcello (Marcello Mastroianni), un hombre que no tiene ningún compromiso con nada. Personajes cruzados, Emma (Yvonne Furneaux) la celosa mujer que pretende establecer una relación estable con Marcello; una espectacular actriz americana de nombre Silvia (Anita Ekberg), desquiciada y sin ninguna inteligencia que vive loca en un mundo artificial; con una sofisticada mujer (Anouk Aimée) con la cual tiene una relación esporádica; Steiner (Alain Curry), un intelectual, con una vida familiar perfecta que matará a sus hijos y terminará suicidándose. Marcello quiere dejar su trabajo como columnista de chismes, quiere dedicarse a escribir novelas, pero es incapaz de que ninguno de sus intentos progrese.
La película tiene episodios que no tienen desperdicio. El helicóptero que transporta una imagen de Jesús para llevarla al Vaticano y sobrevuela una azotea donde unas mujeres toman al sol mientras Marcello intenta conseguir el teléfono de las chicas. El falso milagro de la virgen, donde dos niños mienten acerca de una supuesta aparición, en las afueras de Roma, en donde se ve una multitud enardecida. La famosa escena de la en la que Silvia (Anita Ekberg), tras una decepción se baña en la Fontana de Trevi.
Existen muchas anécdotas en relación a esa película. Una de las más conocidas, el origen del nombre de paparazzi a los periodistas que se dedican a la crónica rosa, a partir del fotógrafo Paparazzo (Walter Santesso) que acompaña a Marcello por toda la ciudad. En la fiesta de los nobles, a la cual Marcello asiste en un castillo en las afueras de Roma, algunos de los sirvientes (así como algunos de los invitados) son interpretados por aristócratas reales. La película fue prohibida en España por la censura debido a que el periódico del Vaticano, L’Osservatore Romano, la calificó de obscena. Su estreno en España se produjo a los 20 años de su existencia.
La película de Fellini, remasterizada hasta la saciedad, es un film sobre la incomunicación, lo vacío de algunas vidas, lo oscuro que se vuelve todo cuando no se tienen límites. Y el final un puro interrogante. Si quieren saber cuál es, no les va a quedar más remedio que verla, yo no se lo voy a contar. Véanla y habrán visto una joya del cine europeo de todos los tiempos. Disfrútenla.
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