Hay que ser muy inteligente y tener un agudísimo sentido del humor para, a los pocos años de vivir una de las experiencias más demoledoras que puede vivir un ser humano (una guerra), rodar una película donde se denuncie a todos los que se comportaron como una panda de tontos en aquel conflicto, en este caso el de los Balcanes, ser capaz de reírse de ello y colocar esta película dentro del abanico de las mejores películas de principios del siglo XXI.
Supongo que Danis Tanovic, el director de la película, sabía muy bien lo que quería hacer. Creo intuir que quería hablar de la guerra sin explicarla, poniendo de manifiesto una realidad muy concreta: los ejércitos se componen de un montón de hombres, divididos en bandos, que tienen más en común que cosas que le diferencien; que la mayoría de los conflictos bélicos se fundamentan en grandilocuentes gilipolleces, que sostienen cuatro, y empujan a sus ciudadanos a morir como si fueran animales; que la prensa se forra a fuerza de noticias que relaman el sabor de las historias dramáticas que sufren las gentes; que las organizaciones (como, por ejemplo, las Naciones Unidas con sus renombrados Cascos Azules) son de patio de colegio y que la industria armamentista se forra a base de sembrar la muerte con cientos de miles de minas antipersona.
Decir todas esas cosas y no caer en los típicos tópicos es muy difícil. Creo poder afirmar estar antes una de las mejores películas bélicas (a mí no me apasionan) de los últimos tiempos. Una coproducción entre Bosnia-Herzegovina-Francia-Italia-Bélgica-GB-Eslovenia que utiliza muy pocos recursos (pocos escenarios, sin efectos especiales, poquísimos personajes), alejado totalmente de las típicas producciones de Hollywood. Pueden hacerse trabajos realmente estupendos con la inteligencia y un par de aparatos para filmar.
Dos soldados de dos bandos diferentes, Ciki (Branko Djuric) y Nino (Rene Bitorajac), uno bosnio y el otro serbio, se encuentran atrapados entre las líneas enemigas, en tierra de nadie, durante la guerra de Bosnia de 1993. Mientras Ciki y Nino tratan de encontrar una solución a su complicado problema, un sargento de los cascos azules de las Naciones Unidas se prepara para ayudarles contraviniendo las órdenes de sus superiores. Los medios de comunicación son los encargados de transformar una simple anécdota en un show mediático de carácter internacional. Mientras la tensión entre las diferentes partes va en aumento, y la prensa espera pacientemente nuevas noticias, Nino y Ciki tratan por todos los medios de negociar el precio de su propia vida en medio de la locura de la guerra.
Lo que diferencia a Amelie del resto del mundo es que se fija en las cosas pequeñas, en lo que nadie se para a contemplar, en su propia fantasía y desde esa fantasía. Imagina que algo puede ser para que sea. La realidad de convierte en algo imaginario para que pueda volver a ser algo conocido. Sin mirar no hay nada.
Amelie es una película original, una película encantadora, una película que juega con el mundo pensado por su protagonista porque es el único modo de tener un mundo, mejor o peor.
Miramos la pantalla. El arte sujeto a la técnica se muere de pena. La literatura que llega desde el copiar lo anterior, la literatura sin fabular, se quiere suicidar. La vida sin cumplir los sueños antiguos se parece a la nuestra, a esa que vivimos. La vida sin esperanza es un mal chiste.
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