Un par de veces en mi vida me he quedado frente a una obra de arte durante minutos sin saber qué decir. Aturdido ante lo que veía. Perplejo. Mantener el silencio es lo mejor cuando lo que tienes delante abruma por su belleza. Yo voy a intentar decir algunas cosas sobre Dersu Uzala (Дерсу Узала) aunque ya advierto que todo lo que diga se quedará chico.
Pocas veces me he emocionado tanto con una toma o con un gesto hecho por un personaje. Pocas veces he estado tan de acuerdo con la tesis que presenta un director. Y pocas veces me ha conmovido tanto mirar el mundo obligado por la necesidad de entender el logos de algo tan insignificante como es un ser humanos.
Durante el año mil novecientos setenta y cuatro, Akira Kurosawa rodó la película Dersu Uzala en los escenarios naturales por los que habían transitado Vladimir Arsèniev y el cazador que da título a la película.
La taiga es un mundo hostil. Pero nadie puede imponerse a él. Gracias al ingenio o la maestría se le puede empatar, pero nunca nadie se puede colocar por encia de él por la fuerza. Dersu Uzala (claramente animista) entabla un diálogo con el entorno. Se adapta, procura comprender los signos que le llegan desde los minerales, las plantas o los animales. Y es que buena parte del mensaje de la película llega desde ese territorio. Todo antes fue mineral, vegetal y, por último, animal. Por eso, cualquier cosa que destruimos significa nuestra propia degradación.
La taiga es una zona hostil en el que sólo sobreviven los que llegan a un acuerdo con ella. Hay que estar en contacto con la naturaleza para vivir.
Tres son los personajes principales de la película de Kurosawa. Arsèniev, Dersu Uzala y el mundo, porque Kurosawa sabía que todo en la Tierra es símbolo y sin interpretarlo nos quedamos a medio camino del conocimiento. Cada toma se debe mirar desde ahí para captar su autenticidad absoluta. Dersu Uzala apaga un leño porque gime cuando arde, habla con un tigre que le sigue, con todo porque todo comprende y ha de ser comprendido. Enfrente el destacamento militar tarda en comprender que sólo así se puede llegar a un acuerdo con la naturaleza.
El espectador está obligado a entender el sentido de un rayo de sol, a observar los distintos colores del otoño, a vislumbrar lo que dice en su rugir el aire de la taiga. Y, entonces, el mundo se hace enorme al mismo tiempo que acogedor y misterioso.
Pero al mismo tiempo nos narran una deliciosa historia de amistad, conmovedora por su hondura, por su verdad. Una amistad que troncha como a una rama la propia amistad. Queriendo hacer feliz a su amigo, Arsèniev lleva hasta la ciudad a su amigo el cazador. Dos mundos contrapuestos, imposibles de reconciliar y que pelearán hasta arrasar con todo.
Aún me emociono recordando la escena en la que los dos amigos sobreviven a la tormenta de viento en medio de ninguna parte, su reencuentro en medio de un bosque, el rescate del cazador cuando corre peligro de muerte sobre una balsa en un río difícil. Me emociona el mundo de Kurosawa.
13 asesinos es un remake de la película de Eiichi Kudo titulada Jusan Nin no Shikaku. Cuenta la historia de un grupo de samurais que se deben enfrentarse a la muerte casi segura para que la paz del Japón feudal del siglo XVIII quede intacta. Paz que, por otra parte, les dejó vacíos de sentido puesto que la vida del samurai no tenía mucho que ver con ella. Aunque es una película muy distinta y muy distante a Los siete samurais de Akira Kurosawa, claro referente en este tipo de cine, 13 asesinos aborda asuntos parecidos incluyendo referencias a a película del genio japonés.
La trama se separa en dos con claridad. La primera parte explica lo que sucede en la segunda incluyendo costumbres y filosofías de los personajes. Una masacre total (eso es lo que sucede después) no se mantiene en pie sin una explicación previa. Takashi Miike (director) lo sabe y no racanea con los detalles. Después de rodar más de ochenta películas es normal que sepa dosificar la información y los tiempos. En esta primera parte, las reflexiones de los personajes tienen cierta importancia.
Quien valora su vida sabe morir como un perro. Me habéis confiado vuestras vidas. Las sacrificaré a mi antojo, dice Shinzaemon, el principal de los samurais que forman el grupo de trece que da título a la película.
Los niños de mi generación quisimos ser vaqueros. Tipos duros, capaces de lo mejor y lo peor con un revolver en la mano; hombres que enamoraban a las chicas guapas, que bebían sin inmutarse, que podían dormir sobre una roca como si lo hicieran en la mejor cama del oeste. Creo yo que deseábamos serlo para poder montar un caballo con destreza, sí, pero, al mismo tiempo, porque esos vaqueros de película (sobre todo los buenos, claro) era tipos honestos, valientes, llenos de valores como el honor, la amistad o la justicia. Era mejor que ser oficinista. Las películas del oeste marcaron a toda una generación.
Pocas veces me emociono tanto como cuando la música de Los siete magníficos comienza a sonar al comenzar la proyección. Esa partitura, la que firmó Elmer Bernstein para acompañar por los caminos polvorientos a Yul Brynner, Steve McQueen, Charles Bronson, Robert Vaughn, Brad Dexter, James Coburn y Horst Buchholz, es una de las mejores de la historia del cine. Pocas veces me emociono como cuando dos de ellos dejan el pueblo mejicano por el que han tenido que pelear sabiendo que su destino es perder, siempre perder. Un hombre con revolver sólo puede aspirar a eso. Es esta una película que hace aflorar los sentimientos más nobles a cualquiera que la vea. Los siete magníficos, dirigida por John Sturges, es deudora absoluta de Los siete samuráis de Akira Kurosawa. Pero esto no hace que la película sea menos. Dentro del género ha ocupado siempre un lugar preferente y lo seguirá llenando por siempre jamás.
Calvera (Eli Wallach) y sus hombres roban las cosechas de los campesinos. Son forajidos mejicanos. Los hombres de uno de los pueblos afectados deciden pedir ayuda. Cruzan la frontera y allí encuentran a nuestros siete magníficos. Cada uno de ellos participa movido por una motivación distinta. La búsqueda de una riqueza que no existe en ese pueblo, la expiación por ser cobarde, la percepción de que en ese momento no es mala idea embarcarse en algo tan absurdo, la inconsciencia de la juventud o un vínculo que se crea con los campesinos difícil de romper para un hombre con principios. Preparan el pueblo para resistir un ataque seguro de los forajidos. Y todo se llena de hombres a caballo, disparos, rifles, mujeres enamoradas, polvo, traición, valentía y muerte.
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