Revolutionary Road: Entender un mundo

© Del Texto: Nirek Sabal
© Del Texto: Nirek Sabal
Viendo Pequeña Miss Sunshine tengo la impresión de que aún sin tener un abuelo cocainómano o un tío suicida, mi familia es tan atípica como los Hoover, y que al final, si hurgas un poco, todas las familias acaban siendo disparatadas y tragicómicas en algún momento. Antes o después unas y otras se ven abocadas a atravesar situaciones surrealistas igual de merecedoras de recibir el Oscar al mejor guión original. Una vez que aceptamos nuestras propias historias de fracasos y siniestros, cualquier familia de frikis se convierte en única, entrañable, y normal.
Pequeña Miss Sunshine es algo más que un canto a la libertad. Es un descomunal corte de mangas a los estereotipos, al sistema, a los convencionalismos y a las buenas costumbres. Pequeña Miss Sunshine es el road movie de una familia tan normal como otra cualquiera a bordo de una desvencijada furgoneta amarilla en la que a través de las ventanillas solo entra aire, aire, aire fresco.
En cuanto a Arnold Schwarzenegger, me alegro de que dijera esa idiotez que ha dado lugar a esta joya. Me encantan las películas de perdedores.
© Del Texto: pyyk
Zoot Sims – Low Life
He escuchado muchas tonterías en clases de guión, de análisis fílmico, de obsesos por las autopsias cinematográficas. Creo firmemente que hay cosas que no deberían estudiarse nunca. Creo que el cine es una de esas cosas que se estudian inutilmente. Sin embargo, conservo un bonito recuerdo del análisis que un entrañable profesor mío hizo sobre “Annie Hall” una mañana de bostezos y langostas…
Ese profesor mío intentaba explicar en vano cómo contar una historia de amor de 93 minutos sin recurrir al trillado y soporífero “Te quiero” de otras historias románticas. Para ello, puso de ejemplo esta película, dónde un chico y una chica, que son la monda, se “dicen” que se aman mientras se enfrentan a unas terroríficas langostas en la cocina. La chica ríe a carcajadas y capta con su cámara al chico que grita espantado ante semejantes crustáceos. Se aman.
Más tarde, cuando el chico intenta probar con otras chicas la misma escena, a éstas no les hacen ninguna gracia las langostas ni demás crustáceos. La cosa no funciona.
Esta secuencia langosta no es más que el “encuentro” que se produce después de la secuencia “encantamiento” de toda relación sentimental, cuando el chico y la chica se conocen y beben vino en una terraza de geranios multicolores mientras charlan de mentira adulterando un buen lote de subtítulos de verdad, como todos los subtítulos.
Luego, el destino, conspirador y fastidioso en toda relación sentimental, secuestra a la chica con destino a Los Ángeles, con un hortera de esos que sólo habitan en Los Ángeles, y sin billete de vuelta de Los Ángeles. Provocando así un “desencuentro” aéreo, que obliga al desdichado chico a superar, inexcusablemente, su fobia a los aviones.
Si me baso en esta autopsia de ese entrañable profesor mío al que nunca hice ningún caso, y hago un ligero repaso a mi desastroso currículum sentimental, tengo una secuencia “encantamiento” en la que bajo a tomar un vino con un desconocido y vuelvo dos días más tarde con un buen repertorio de subtítulos en mi bolsillo. Una secuencia “encuentro” la tarde en que un tipo al que adoro cocina una carbonara mientras yo lo observo en boxer y calcetines sentada en el fregadero, y una infinidad de “desencuentros” provocados siempre por ese destino mío, totalmente irracional, y loco, y absurdo, pero que supongo, sigo manteniendo, porque yo, como Alvy, también necesito los huevos…
© Del Texto: Sonia Hirsch
Richard Galliano – Sur: Regreso al amor
No me gusta ver películas precedidas de grandes halagos, de comentarios grandilocuentes o excesivos en su forma y en su fondo. Yo, que soy de fácil convencer, me creo lo que me dicen. Voy al cine y, yo que soy de fácil decepción, me cabreo cuando compruebo que la película es más normaducha que otra cosa. Del propio enfado, tiendo a valorar injustamente lo que veo. A la baja, claro. Esto me ha pasado muchas veces. Muchas. Y sólo he sido objetivo al hacer valoraciones cuando he mirado por segunda o tercera vez la película. De castaña han pasado a ser normaduchas. Muy pocas lograron convertirse en buenas.
Clint Eastwood es un actor que sigo desde hace muchos años. Creo que he visto todo en lo que ha intervenido, bien como director o bien como actor. Cada película sumada más me ha gustado. En ambas facetas.
Sin embargo, Gran Torino me pareció una película bastante justita en todos los aspectos. Para no mentir diré que la interpretación de Eastwood sobresale sobre la mediocridad de una fotografía desaparecida, un guión ventajista y facilón a más no poder o una dosis de moralina desproporcionada.
Esta película es algo así como un best seller en literatura. Funciona y funciona bien para el público más numeroso, un público no muy exigente que tiene ganas de pasar el rato, divertirse o llorar o creer que el mundo es maravilloso. Funciona entreteniendo; sus trampas son camufladas por una trama ligerita y llena de chistes, chascarrillos y heroicidades increíbles; los personajes se dibujan con bastante facilidad (no tienen dentro gran cosa). En fin, esas cosas que se venden de maravilla, no causan grandes problemas al que las compra y de las que se puede hablar con tranquilidad.
Gran Torino es previsible. Gran Torino es una película de tránsito para alguien que lo tiene todo hecho y quiere contar lo que le da la gana (me refiero a Eastwood). Gran Torino es una película del montón, una película que te tragas con gusto y vomitas con mayor placer. Gran Torino está, desde el primer fotograma, a punto de vaciarse de forma irremediable. Gran Torino trata de enseñar un mundo en el que las diferentes razas pueden llegar a ser una (mentira), en el que la esperanza es lo más importante y nos salva (mentira), en el que las personas terminan rendidas ante la amistad y el amor verdadero (mentira). Gran Torino es una película del montón. Por más que la veo me siento incapaz de pensar otra cosa distinta.
© Del Texto: Nirek Sabal
Keith Jarrett – No lonely nights
“Up in the air”, muestra precisamente todo esto. Ryan Bingham (George Clooney), es un profesional cuyo trabajo consiste despedir a gente. Vive viajando por todo el país, sin más obligaciones que las que su propio trabajo le impone. Vive a caballo de cientos de aeropuertos, hoteles de primera y coches de alquiler. Toda su vida en una maleta. Su único objetivo, conseguir alcanzar el máximo de millas viajadas para entrar en una estúpida élite de viajeros. Por el camino, tropezará con Susan (Vera Farmiga), otra viajera profesional que como él, pasa media vida recorriendo el país. El inicio de una relación con Susan, el encuentro laboral con una novata (Anna Kendrick) que pretende revolucionar el sistema de despidos de la empresa y que terminará afectada por la consecuencias de su trabajo, provocan el primer tambaleo en la vida de Ryan quien, sin remedio, acabará contemplando como su vida en solitario como opción no es más que un fraude.
“Up in the air”, no es una comedia, es más bien el drama de la sociedad que estamos creando. No se puede vivir sin mochilas, sin un domicilio fijo, porque todos, absolutamente todos necesitamos poder contar con alguien en quien apoyarnos cuando desfallecemos a medio camino, compartir nuestros buenos momentos, todos necesitamos un sitio al que volver y sentir que estamos en casa. Lo podremos hacer mejor, lo podremos hacer peor, pero creo que todos necesitamos tener bien anclados nuestros puntos de referencia, con nuestros amigos, nuestras familias, nuestros mundos reales que son, en definitiva, los que nos mantienen con los pies en el suelo.
Y es que como dice el propio Ryan Bingham, “La vida es mejor en compañía. Nos hace falta un copiloto”.
© Del Texto: Anita Noire
© Del Texto: Anita Noire